Ante la tutela presidencial de personajes como Félix Salgado Macedonio o Manuel Bartlett, algunas personas defensoras del oficialismo justifican que todo proceso de cambio tiene “contradicciones”. Pero tomadas con seriedad, desde posiciones de izquierda, las contradicciones en los procesos de cambio no son justificaciones, son motor de transformación.
Seguramente de forma involuntaria, al traer al debate público el concepto de contradicción, los defensores de las decisiones presidenciales están entrando al terreno del maoísmo. En un famoso texto de 1957, “Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo”, Mao enfatizó la clasificación dicotómica de las contradicciones sociales: antagónicas y no antagónicas. Las primeras presentes entre el “pueblo” y el “enemigo”, las segundas en el seno del pueblo. El pueblo, desde tal posición, es el que se aglutina dentro de un proyecto único de sociedad, mientras el enemigo es aquél opositor que, con todas sus letras, Mao propuso “aniquilar”.
La 4T no ha logrado dibujar un proyecto de sociedad impulsado por un bloque popular sólido, sobre todo, por la exclusión de demandas propias de movimientos sociales en defensa del territorio, feministas, contra el extractivismo, contra el militarismo, entre otros. La 4T no ha construido un pueblo como articulación de demandas democráticas radicales. Por otro lado, aniquilar enemigos es una bandera propia de lo más fanáticos defensores del régimen, no así una opción aceptable para nuestro contexto, además de que jamás ha sido una meta real del líder carismático, más allá de algunos desplantes discursivos aislados.
Postular a un presunto violador como candidato sería una contradicción en el proceso de cambio si en verdad existiera un proyecto popular articulado, eminentemente antipatriarcal. Pero, si no hay pueblo, no hay contradicción en su seno; si la 4T no se sustenta en un bloque nacional popular sino en intereses de grupo, la presencia de personajes del “viejo” régimen en posiciones clave del “nuevo” es una normalidad muy predecible.
Mao proponía (aunque no lo practicaba del todo) que las contradicciones en el seno del pueblo debían resolverse con métodos democráticos como la discusión y la crítica. Propuso incluso la fórmula “unidad-crítica-unidad”, para superar errores y evitarlos en el futuro, a favor de lo que llamó “dictadura democrática popular”. Sin proyecto y sin apertura a la (auto)crítica no hay contradicción a resolver. En 1937, en su ensayo “Sobre la contradicción”, Mao enfatizaba que la particularidad de las contradicciones en el seno del partido se resolvía con crítica y autocrítica. Desde el materialismo dialéctico, la contradicción existe en todos los procesos de cambio político. La 4T tiene un discurso de cambio, pero le falta el proyecto, tiene electores y voceros, le falta un bloque popular articulado.
Las contradicciones de los procesos de cambio se tornan, de acuerdo con García Linera, en “tensiones creativas” que impulsan la transformación de la sociedad. La 4T no parece tener ese tipo de contradicciones, sino unas muy particulares que Víctor Toledo en su momento nombró de forma muy precisa: “brutales”. El proceso de cambio en México avanza como proyecto de gobierno, aún no de un pueblo.