Por Óscar Antonio Roa
En el Centro Histórico de la Ciudad de México existe una plaza pública famosa por su belleza, perfecta para pasar una tarde o admirarla durante la noche, resguardada por el Palacio de Bellas Artes y el Hemiciclo a Juárez, además de ser testigo de grandes eventos históricos del país.
La Alameda Central, llamada así por la cantidad de álamos que se encontraban en el espacio al momento de su construcción, ordenada por el virrey Luis de Velasco durante el siglo XVII, ha sido un espacio público destinada al libre esparcimiento de los habitantes de la ciudad, desde ese tiempo, hasta nuestros días.
Evidentemente, ha sufrido diversas transformaciones a lo largo de la historia, así como muchos descuidos. En primer lugar, el rey Felipe V decidió destinar recursos para embellecer esa obra pública, dotándola de fuentes y otras especies de árboles. En segundo lugar, sería durante el Segundo Imperio Mexicano cuando se remodelaría nuevamente la Alameda, pues a la emperatriz Carlota le encantaba pasearse por este espacio, acto seguido, se colocó la fuente de “Venus conducida por céfiros” rodeada por rosas recién plantadas. Por último, durante el porfiriato, el general Díaz galardonó este espacio con la construcción del Palacio de Bellas Artes y el Hemiciclo a Juárez.
Actualmente, los pisos de mármol blanco del lugar resguardado por ocho esculturas y fuentes del siglo XIX, como lo son “Las Américas”, “Neptuno” y “Mercurio”, por mencionar algunas; es un espacio recreativo empleado por muchos de los transeúntes diarios que trabajan o visitan el Centro Histórico de nuestra ciudad.
Foto Reuters