Por Martha Cotoret y agencias
Veinticinco personas con el uniforme del Ejército Mexicano o con el de la entonces policía metropolitana irrumpieron el 24 de mayo de 1940 en la casa de León Trotsky en Coyoacán. Sometieron a cinco policías que resguardaban la residencia, secuestraron a uno de ellos, y entraron a la residencia, no sin antes cortar las líneas telefónicas.
“Después, con ametralladoras Thompson hicieron no menos de trescientos disparos, a través de dos puertas y una ventana, al interior de la alcoba en donde dormía el señor Trotsky con su esposa, y quienes se salvaron milagrosamente, dejándose caer al suelo y bajo de las camas. Los asaltantes huyeron llevándose dos automóviles propiedad del señor Trotsky, que después fueron encontrados”.
Así narraba la prensa mexicana el atentado a Trotsky en la Ciudad de México, preludio de su asesinato tres meses después a manos de un agente de Stalin.
“Ya me familiaricé con la muerte. Desde que comencé mi lucha contra el zarismo e iniciamos Lenin y yo la Revolución Rusa, he sido una persona que ha traído la cabeza prestada sobre sus hombros. Luego los episodios de la insurrección del pueblo ruso, una de las más grandes de que tiene memoria la historia humana, una locura de sangre, y yo el organizador y el jefe de los ejércitos. Tras de mi existencia corrieron miles y miles de gentes para segarla; complots, conjuraciones, atentados y después… A través de medio mundo me ha seguido el negro odio de Joseph Stalin”, afirmó este líder de la revolución rusa, cuyo verdadero nombre era Lev Davidovich Bronstein ese día a El Universal, desde lo que es hoy un museo donde reposan sus restos junto a un monumento que tiene esculpidos el martillo y la hoz.
Esa persecución, que cubrió de tragedia a su familia y lo empujó a una vida itinerante, llegó a su fin el 21 de agosto de 1940 después que Ramón Mercader, comunista español que se había ganado su confianza, le clavara un día antes un picahielo en la cabeza.
“El asesinato de Trotsky—el colíder junto a Lenin de la Revolución Rusa, comandante del Ejército Rojo y fundador de la Cuarta Internacional—fue un crimen político monstruoso. Fue el pináculo de la ola contrarrevolucionaria violenta que incluyó la llegada al poder del fascismo en Alemania en 1933, la derrota de la Revolución Española de 1936-39 y del inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939”, aseguró Eric London en su libro Agents, The FBI and GPU Infiltration of the Trotskyist Movement.
Dentro de la Unión Soviética, el régimen estalinista llevó a cabo una campaña de genocidio político contra trabajadores e intelectuales entrenados en la tradición marxista, incluyendo a casi todos los principales líderes de la Revolución Rusa. Más de 800,000 personas fueron asesinadas en el Gran Terror de 1936-39. Como escribió el mismo Trotsky en su ensayo de 1937 “El estalinismo y el bolchevismo”: “La purga actual no solo crea una simple línea sangrienta entre el bolchevismo y el estalinismo, sino todo un río de sangre”.
"Fue un crimen ideológico, simbólico", coincide el cubano Leonardo Padura, quien investigó el asesinato durante cinco años para su novela El hombre que amaba a los perros, en la que teje las vidas de Trotsky y Mercader con la ficticia de un escritor que conoce al homicida en La Habana. Mercader vivió en Cuba en los años 1970.
Sus pasos por México
Expulsado de Rusia y del Partido Comunista Soviético, Trotski se refugió en México el 9 de enero de 1937 ayudado por el célebre muralista Diego Rivera, quien intercedió ante el presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940).
Paradójicamente el líder del movimiento que precipitó la revolución de octubre y el general Cárdenas nunca se conocieron, aunque mantuvieron un intercambio epistolar.
"Seguramente se debió a las circunstancias del momento, a que no había necesidad de reunirse", señala a la AFP Cuauhtémoc Cárdenas, político e hijo del gobernante.
Acompañado de su esposa Natalia Sedova, el fundador del Ejército Rojo fue recibido en el puerto de Tampico por la pintora Frida Kahlo, con quien se rumora que tuvo un romance.
"A su llegada se mezcla con un grupo de personajes que coinciden en esos momentos en un México explosivo, empezando por Rivera y Kahlo", refiere Padura.
Del mundo del arte también vendrían las balas, pues David Alfaro Siqueiros, otro de los grandes muralistas mexicanos, participó en la intentona del 24 de mayo.
Estas circunstancias, sumadas a la forma en que fue asesinado, dieron un aura especial al exilio de Trotsky, que tuvo como particularidad que la persecución nunca cesó, observa Padura.