El mes pasado, en el número 2290 de la revista Proceso, el periodista Jesús Esquivel publicó un reportaje sobre la identificación de “socios gringos” de los cárteles mexicanos, de acuerdo con un reporte del Departamento de Justicia de los Estados Unidos. Dicho reporte, “Estrategia contra los Cárteles Domésticos”, señala que la MS-13 ha trabajado para el Cártel del Pacífico, Los Zetas y La Familia Michoacana. Se identifica que los cárteles domésticos mejor articulados a escala nacional son, además de la MS-13, Latin Kings, Hell´s Angels, Bloods y Crips. Es decir, grupos que se identificaban más como pandillas que como cárteles. La MS-13, a decir del reporte, controla el mercado de las drogas en Nuevo México, Carolina del Norte, Tennesse y Wyoming.
Formada en Los Ángeles en la década de los 80, por jóvenes salvadoreños que escapaban de la guerra en su país, a inicios de la década siguiente, la Mara Salvatrucha comenzó a tejer alianzas con las pandillas del sur de California, particularmente con la Mafia Mexicana (la Eme). Al involucrarse en el tráfico de drogas, la MS comenzó a usar el 13 (por la letra M) como signo de su alianza con las pandillas sureñas.
Es sobre todo a partir de las deportaciones masivas impulsadas por Bill Clinton en 1996, que pandilleros salvadoreños asentados en California regresaron a su país y formaron clicas que desde entonces han crecido exponencialmente, fortaleciéndose criminalmente hasta convertirse en actores políticos en posición de negociar con el endeble Estado centroamericano.
La propia Policía Nacional Civil (PNC) de El Salvador ha reconocido el poderío que tienen las maras en el control del mercado local de las drogas. Así lo confirman, por ejemplo, dos trabajos de graduación de cursos de ascenso a los que tuve acceso en la Academia Nacional de Seguridad Pública (ANSP). En 2013, para optar al grado de Subcomisionado, los oficiales Lima, Carranza y Romero presentaron el trabajo titulado El narcomenudeo en El Salvador y su expansión. Dos años después, para optar al grado de Inspector Jefe, Amílcar, Orellana y Perla presentaron la investigación El impacto de las pandillas y maras en el narcotráfico en El Salvador. Ambas investigaciones coinciden en que, para entonces, las pandillas no podían considerarse aún un cártel transnacional, pero sí dominaban ya el narcomenudeo y brindaban servicios a los grandes cárteles, con actividades como sicariato, resguardo de mercancía, tráfico terrestre e incluso transporte marítimo.
El periodista norteamericano William Wheeler aporta más elementos sobre el tema en su reciente libro State of War, MS-13 and El Salvador´s World of Violence (Columbia Global Reports, 2020). Wheeler señala que la MS-13 cuenta con alrededor de 10 mil integrantes en los Estados Unidos, quienes participan en la disputa por el mercado local de las drogas. En El Salvador, incluyendo a la MS-13 y las dos escisiones de la pandilla Barrio 18 (Sureños y Revolucionarios), se estima en 60 mil a los miembros activos. El autor identifica que las maras han entrado en contacto con cárteles mexicanos como el de Sinaloa y Los Zetas.
Wheeler aporta en su libro un elemento poco considerado en el proceso de la tregua entre pandillas que permitió el descenso de los homicidios en 2012 y 2013, durante el gobierno del FMLN encabezado por Mauricio Funes. Al recoger testimonios de ex pandilleros y agentes policiales, el periodista señala que tanto cárteles de la droga como empresarios participaron en la tregua, a fin de optimizar mecanismos de lavado de dinero y tener aseguradas las rutas de trasiego de drogas. A cambio de controlar puntos ciegos de la frontera con Guatemala, las pandillas supuestamente recibieron pagos. Pero la supuesta alianza no sólo involucraría a cárteles de la droga (como Texis y Los Perrones) y pandillas, sino también al Ministerio de Defensa que, señalan los informantes de Wheeler, proveyó de armas y entrenamiento a la MS-13. El ministro de la época, por cierto, se encuentra ahora procesado.
El negocio de las drogas al parecer no está controlado por cárteles sino por la articulación de intereses entre diversos actores criminales, gubernamentales y empresariales. Esto es coincidente con el polémico planteamiento de Oswaldo Zavala en su libro Los cárteles no existen (MALPASO, 2018). A decir de Zavala, para el caso mexicano, los cárteles son una creación del sistema político mexicano para impulsar una narrativa en contra de un enemigo. Esa narrativa pretende separar a los políticos y los empresarios del prototipo de los narcotraficantes, cuando en la realidad, más que cárteles, lo que sí existe es el mercado de las drogas ilegales, en el cual participan múltiples actores.
Es difícil concluir que la MS-13 sea un cártel gringo, salvadoreño o transnacional. Lo que sí sabemos, es que es una organización criminal que controla territorios, extrae renta, se alía o lucha contra el Estado de acuerdo con las circunstancias. Hace política y dinero con sus socios dentro y fuera de la pandilla. El modelo de la tregua de 2012 dejó de ser excepción y hoy en día es la regla.