De acuerdo con la última edición del “Índice de Democracia” publicado por la Unidad de Inteligencia de The Economist, en el contexto de la pandemia, el mundo ha vivido un retroceso en la consolidación de la democracia. En América Latina, a decir de dicho índice, sólo Uruguay, Costa Rica y Chile son democracias plenas. 13 naciones latinoamericanas son identificadas como democracias flexibles o deficientes (aquí se incluye a México), cinco son regímenes híbridos y tres son regímenes autoritarios (Venezuela, Cuba y Nicaragua). Para medir qué tan democrático es un país, el índice considera cinco aspectos: procesos electorales, pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles.
Un índice como el de The Economist es útil para tener una fotografía global de la democracia y el autoritarismo en el mundo. Pero esto tiene sus reservas. No hay un único modelo de democracia y las condiciones sociales e históricas de cada Estado son divergentes. Lo que hacen índices como este es simplificar la complejidad para optimizar las comparaciones. Un gobierno como el salvadoreño que ha desconocido la división de poderes, ha intentado un autogolpe, comete y encubre crímenes de Estado, no es considerado por el índice aún como un autoritarismo. Pero sí lo son los países que han optado por modelos políticos que no encuadran en los parámetros de la democracia liberal, como el caso de Cuba. Chile, con una policía que reivindica su peor pasado dictatorial y un modelo económico que ha perdido su umbral mínimo de legitimidad ante el pueblo, es, según The Economist, una de las pocas democracias plenas del mundo.
Los diversos modelos democráticos se sustentan en principios como el bien común, la idea de pueblo y la noción de voluntad popular. La democracia se configura como orden ideal en función de esos principios abstractos. En la urgencia por medir y comparar, una noción preponderante de la democracia es aquella que formuló Joseph Schumpeter en 1942. En su libro Capitalismo, Socialismo y Democracia, el autor de origen austriaco lanzó una crítica a la democracia clásica y propuso una noción instrumental, procedimental o utilitarista; desde su perspectiva, la democracia es un método para la toma de decisiones políticas, donde los ciudadanos otorgan su voto para la creación de un gobierno. El pueblo vota y con ello acepta o rechaza a los gobernantes.
La idea procedimental de Schumpeter es tan potente que sigue siendo hegemónica hasta nuestros días. La centralidad de los procesos electorales y la rotación de las élites políticas por medio de ellos se concibe ya como el fondo de la democracia y no como una forma, un método. Los defensores del régimen autoritario de los Bukele en El Salvador ven democracia porque hay elecciones y la mayoría apoya al mandatario y su partido; retractores del régimen cubano lo califican de autoritario porque no hay pluralismo partidista que se alterne en el poder político vía elecciones. Sin embargo, ambos ejemplos corresponden a modelos políticos y democráticos diferentes; el primero erosiona a la democracia liberal jugando con sus reglas y el segundo intenta sobrevivir como socialismo naufragante.
Además de la democracia liberal representativa o procedimental, la teoría política ha innovado en la construcción de modelos teóricos: democracia participativa, directa, deliberativa, radical, cosmopolita, elitista, poliárquica, competitiva, neoliberal, delegativa, entre otras concepciones. La representación vía partidos políticos y procesos electorales es un marco de referencia, pero también es el núcleo de la crisis de legitimad de varias democracias. Hay modelos democráticos en declive, otros emergentes y algunos más consolidados; con sus dinámicas casi incomparables. La democracia, enfatiza Pierre Rosanvallon, es sobre todo el régimen que no deja de interrogarse sobre sí mismo. No hay modelos únicos. Las comparaciones y los índices son más ilustrativos y provisionales que concluyentes. La profundidad queda en el caso por caso, con más historia y menos fórmulas.
