El (Mejor) Pasado del Mundo

Juan Huidobro

La idea de que el pasado siempre fue un tiempo mejor es una cuestión lo suficientemente discutida y decidida. Aunque evocar cualquier asunto pretérito pasa de modo obligado por el filtro del tiempo actual, de sus intereses, caprichos y prejuicios, más o menos hay un consenso que dicta que las mejores épocas ya fueron. Y a primera vista parece que sí.

Por ejemplo, el mundo anterior a la aparición del virus SARS-CoV-2 se muestra más feliz y menos peligroso. Pero cuando se le recuerda, como ejercicio, a la luz de la peculiar situación actual, tampoco es tan positiva su imagen. En el último tramo del encierro domiciliario, cuando los hábitos, las rutinas y hasta las pasiones están totalmente adormiladas, y cuando la salud, la limpieza y la pulcritud se convierten en los valores humanos mejor considerados, hay ciertos episodios de ese pasado que no sólo no podrían hoy reproducirse, sino que se juzgarían incluso un tanto toscos y salvajes desde un presente, acaso, un poco más civilizado.

En el metro de la ciudad, un cuadro bastante cotidiano era ver niños y adultos, por igual, repegando la mejilla y la boca al acrílico taggeado de la puerta del vagón sin mostrar siquiera algún desagrado. En la misma imagen podría aparecer una persona sujetándose del tubo metálico, que sirve de sostén dentro del convoy, con la misma mano con la que moja sus papitas fritas en la poderosa salsa Tabasco sobrante en el fondo de una delgada bolsa de plástico. O cuando ya era preciso, por causas laborales o escolares, subirse como fuera al tren, compartiendo el mismo metro cuadrado con, al menos, cuatro personas más, y teniendo la seguridad, por la cercanía corporal, de si tocó baño, crema humectante y/o cepillado de dientes.

En el mercado local, infantes, y algunos mayores necios, podían sumergir libremente sus manos y brazos en los compartimentos de frijol, garbanzos, demás leguminosas y granos con sólo soportar la penetrante mirada de la marchanta, sin pensar nunca en algún tipo de bacteria que pudiera afectar a la extremidad invasora o al futuro comensal. Qué decir de la ingesta de los clásicos taquitos o tortas, dentro del mercado o con proximidad a alguna estación de transporte, justo al lado del drenaje o de las aguas negras, y verdosas, acumuladas de varias lluvias pasadas. O de la existencia de fauna nociva, con hogar en el mismo puesto donde se obtenían los víveres, argumentando incluso su derecho digno a la vida.

En los antros acontecía algo cercano. Por ahí de la 1 o 2 de la madrugada, cuando el baile y las emociones estaban a tope, se compartía sudor, botella y saliva con amigos, con conocidos, con no tan conocidos y con extraños. El roce, contacto y empujón de las miradas, de las prendas y de los cuerpos nunca fue un criterio de cercanía o de lejanía humana. En los baños, varios hombres podían orinar juntos, casi abrazados por la fraternidad genital, en una larga barra sin siquiera mostrar timidez o recato por la revista ajena.

Los hoteles de paso no se escapaban. Parejas desfilaban por sus puertas, hora tras hora, después de frotar sus cuerpos en las mismas sábanas, almohadas y toallas donde otras, bastantes, apenas lo habían hecho. El uso indiscriminadamente compartido del baño y utensilios dentro de las habitaciones, de dispositivos electrónicos y hasta de mobiliario de uso sexual, nunca fue una razón para no asistir gustosas los fines de semana, sobre todo los de quincena, a tales templos de libre carnalidad. 

 

Hoy, casi nadie se atrevería a replicar ese pasado. Hoy, es necesario guardar distancia con el otro; ya no se le puede oler, mirar o tocar. Hoy, la comida viene ceñida en plástico, previamente lavada y desinfectada. Hoy, no existen los antros y los DJ’s son sólo personajes de Facebook Live. Hoy, el sexo es meramente textual y los swingers juegan de forma obligada al matrimonio con su pareja real.

El mejor pasado del mundo parece no ser tan bueno. Pero, pensándole un poquito más, sí es ahora mucho mejor que nuestro actual, e higiénico, presente.

 

Columnista: Juan Carlos Huidobro Márquez (@jchmmx) estudió psicología, sociología y filosofía en la UNAM. Es profesor universitario, ciclista y le gusta la música dark.

 

 

 

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