El (Supuesto) Futuro del Mundo

El (Supuesto) Futuro del Mundo

Aunque la pandemia parece no ceder en ciertos países, sobre todo en los latinoamericanos, ya en algunas latitudes comienzan a materializar un futuro postcoronavirus. Medidas pequeñas y progresivas han ido implementándose para poder avanzar en el restablecimiento de aquel mundo en el que meses atrás se vivía. Como siempre, los imperativos económicos han sido los que mayormente han llevado a un falso optimismo respecto de la normalidad deseada. Pero mientras llega, porque además ya se sabe bastante bien a dónde y cómo se llegará, se puede fingir un poco de demencia social e idear, a modo de un mero ejercicio imaginativo, cómo sería el porvenir de este inolvidable año-mundo 2020 en caso de que empeoraran las cosas:

Ante la imposibilidad de desarrollar una pronta vacuna contra el SARS-CoV-2, o un tratamiento efectivo, el encierro se prolongará durante algunos años más. La población que decida serle fiel a la reclusión, presa de los muros de sus hogares, y de viejas rencillas fraternas, caerá en profundas patologías mentales y ejercerá, casi criminalmente, variedades de microviolencias cotidianas. La familia, por supuesto, decaerá y será obligado, según sabios sociólogos y psicólogos sociales, establecer oficialmente un nuevo núcleo social pandémico que incorpore animales y demás enseres domésticos.

Aquellos insurrectos del virus, los que durante las noches quieran escapar a comprar botes de cerveza al OXXO, los que intenten inocentemente dar la vuelta a la manzana, los que salgan a escondidas a besar a sus parejas y los que organicen reuniones clandestinas en sus domicilios, sin salvoconducto explícito de una autoridad, podrán ser denunciados, encarcelados, torturados y, además, podrán perder todos sus derechos ciudadanos. Aunque, hay que aclararlo, tendrán la posibilidad de pagar sus faltas cívicas con trabajo comunitario en “Hospitales COVID-19”.

Las medidas para evitar el contagio en la calle y lugares públicos serán insuficientes ante los múltiples rebrotes de la enfermedad. Así, cubrebocas, goggles de protección, caretas faciales, máscaras antipartículas, guantes y, hasta, malas caras, serán sustituidos por cápsulas corporales individuales, de acrílico transparente, cerradas herméticamente. Esto asegurará sólo una interacción visual y auditiva con el otro sin posibilidad alguna de contacto físico. Estarán equipadas con sonido interno/externo, traducción simultánea a 8 lenguas, minipantallas y sanitizador del propio microambiente. Cosa obvia, se podrá fumar lo que sea dentro de ellas.

Los antros desaparecerán como lugares reunión y disfrute colectivo. En lugar de ello, se convertirán éstos en salones virtuales de baile y brindis multitudinarios. No habrá cadenero a la entrada ni necesidad de mostrar la INE; no habrá malos olores en los sanitarios, horarios de entrada o salida o límites numéricos en su acceso. Incluso será permitido, después de varios muchos tragos, convertirse en el “malacopa” de la sesión sin ser regañado o discriminado por los amigos.

El sexo también cambiará. Ante investigaciones que señalan la transmisión del virus por tal voluptuosa vía, las fantasías sadomasoquistas dominarán, al final, en este campo. Sólo se podrá sostener una relación de este tipo si los participantes, en el número que sea, portan un latex full bodysuit y firman, en estricto papel físico, un mutuo acuerdo sobre las múltiples consecuencias del encuentro. Si se quiere completar el cuadro con látigos, cadenas y sillas de castigo, o con sólo cursis arrumacos, será necesario incorporarlo explícitamente al arreglo.

Los deportes, como era lógico, dejarán de tener un lugar predominante en la vida social y se incorporarán como una actividad virtual más para sobrellevar el enclaustramiento. Dejarán de existir las estrellas y su lugar será ocupado por los, hace décadas, denominados vaguitos de las maquinitas: humanos menores de 12 años, con insuperables habilidades “gameras”. Por cierto, ellos no ganarán los millones de dólares que sus antecesores recibían; solamente podrán, como aliciente, ausentarse de las clases online cuando lo deseen.

Efectivamente, las instituciones educativas ya no serán igual. Ya no habrá campana para salir al recreo, honores a la bandera, trabajo obligado en la cooperativa, prefectos antipáticos, maestros de educación cívica alcohólicos, laboratorios chafas para germinar frijolitos en algodón, jardineras y cubículos rebeldes, paros, profesores acosadores en los salones, directoras de facultad autoritarias, rectores priistas, etc. Todas las clases, en todas sus modalidades, serán transmitidas por Netflix. Los profesores recibirán capacitación de famosos youtubers y “standuperos” para hacer de sus cátedras algo menos fastidioso y más jocoso. Será como con los “Juguetes Mi Alegría”: ¡aprendemos y jugamos!

La vida laboral, siempre tan evolucionada, seguirá la línea explotadora que hasta ahora se le conoce, con la salvedad de que los hogares se convertirán en los verdaderos centros de trabajo y las antes oficinas, esos odiados espacios en grandes y modernos edificios, serán acondicionadas como dormitorios y gimnasios. Obviamente, ya no será necesaria la ropa formal, el perfume francés, ni ocurrirán romances, y matrimonios fallidos, con los compañeros de labor.

¿Y el amor? ¡Esa cosa inútil del pasado!

 

No hay por qué asustarse o alegrarse; nada de lo precedente aquí sucederá. Pero si el mundo comienza, de modo súbito, a parecerse a alguna de estas versiones, no queda más que huir a la montaña o incorporarse, felizmente, al próximo desenlace de éste.

 

Columnista: Juan Carlos Huidobro Márquez (@jchmmx) estudió psicología, sociología y filosofía en la UNAM. Es profesor universitario, ciclista y le gusta la música dark.

 

 

 

 

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