La Memoria del Mundo

La Memoria del Mundo

Un gran tema, y problema, lo constituye la idea de la memoria y los procesos asociados a ella. Desde diferentes tradiciones, filosóficas y científicas, ha sido descrita o representada en su naturaleza y funcionamiento. Por ejemplo, en la mitología griega, una vez que los iniciados morían, se les indicaba que debían beber de las aguas del río Lete, y con ello olvidar por completo sus vidas pasadas o, por el contrario, hacerlo de las aguas del Mnemósine, con lo que se podría así recordar todo y alcanzar su conocimiento absoluto.

 

En la filosofía platónica, en el Menón, se encuentra el concepto de reminiscencia que refiere que el alma ya conoce la verdad antes de encarnarse en el cuerpo, gracias a haber morado en el mundo de las ideas, por lo que, entonces, el conocer es siempre un recordar. En la sociología, la memoria es un proceso de reconstrucción del pasado, significativo, experimentado por un colectivo y posibilitado por diferentes marcos sociales. En la psicología, en referencia al fenómeno de la hipermnesia, se estudia la casi infalible facultad para evocar eventos pretéritos; esto es, la extraña exaltación y la agudeza del proceso de la memoria.

 

En casi todos los casos, la memoria está asociada al recuerdo, a la evocación del pasado, ya sea como un llamado a algo que se ha almacenado o como un proceso de reconstrucción de ese algo ya sucedido. Pero la memoria, como una posibilidad entre muchas, casi siempre es empatada con el recuerdo y es escindida del olvido; es, para no hacerse la vida difícil, positiva respecto del primero y negativa en relación al segundo. Pero ésta es una cuestión que se discute, como se señalaba, en el campo de la filosofía y en el de las ciencias. ¿En la vida diaria y común es así?

 

Sí, Si la memoria es sinónimo de recordar, se puede ejercer alegremente a través de tiempos y espacios específicos. Por ejemplo, en las borrosas escenas de la primera infancia: la vida familiar, los hermanos, los escondites, los cumpleaños, las travesuras, las vacaciones, la escuela, los bailables, los compañeros de salón.

 

Mientras más se avanza en los años, los recuerdos se diversifican y se van haciendo más claros. Para la adolescencia son las salidas y fiestas sin chaperón, los viajes con los amigos, las primeras parejas, las borracheras, los primeros deslices. Para la adultez joven, la universidad, los conciertos, el primer auto, los “roomies”, los fines de semana largos, los encuentros, los sueños.

 

Los años de adulto maduro se recuerdan, por lo regular, en pareja y en familia: la boda, la luna de miel, la hipoteca, el primer colchón, el primer hijo, el primer día de clases de éste, los domingos de películas. Mucho más adelante, el nombre de los nietos, la jubilación, el largo tiempo libre y, panorámicamente, todo lo feliz, aunque sea poquito, que se ha experimentado en la vida.

 

Pero el matriz de la memoria puede cambiar drásticamente todo. Y ante la imposibilidad lógica de olvidar, a voluntad, lo evocado, se puede intentar perder en el pasado, por ejemplo, episodios negativos y muchas veces oscuros, aunque siempre permanezcan ahí. De niño, seguramente se trata de olvidar el obsequio que nunca fue recibido o al fulanito protagonista del “bullying”. De adolescente, el olvido coagula en el propio cuerpo o en el primer gran amor o desamor. Más grande, los sueños no cumplidos son material para éste y terminan eventualmente en frustración y dolor. A la tercera edad, la enfermedad y el abandono son el olvido mismo.

 

Es posible, así, cambiar la valencia respecto de la memoria. Pero, incluso, se puede hacer del olvido el elemento activo de ésta y dejar de lado el recuerdo. Por ejemplo. Aleksandr Luria y Jorge Luis Borges describen en dos de sus textos a dos extraños individuos, Sch y Funes, quienes tenían como principal característica el recordar todo o, de manera más exacta, el no olvidar nada. Los dos personajes vivían presos de sus memorias: todo para ellos era o estaba “presente”, y nada para ellos era o había “pasado”. Los dos, explican Luria y Borges, tenía que liberarse del pasado olvidando.

 

Más allá de cualquier consideración filosófica o científica alrededor de la memoria, hoy bien sabemos que este proceso, ya sea en su naturaleza individual o colectiva, es complejo y contradictorio. No sabemos cuál de los dos componentes es, de manera clara, el potenciador y cuál es el negador de la vida. Lo que sí sabemos es que es necesario recordar y olvidar para poder vivir. Lo que se recuerde o lo se olvide ya le corresponderá, pues, a cada memoria y a cada vida.

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