Las Banquetas del Mundo

Las Banquetas del Mundo

En México, y en la Ciudad de México, aka el DF, se les conoce como banquetas. En otras latitudes y longitudes andenes, veredas, alares. Los abuelitos y papás les llaman, como parece lo más correcto, aceras. Por encima de ellas andan y descansan los peatones. Por debajo, yacen las instalaciones eléctricas, los cables telefónicos y la fibra óptica de la TV de paga.

Este elemento urbano fue diseñado para que circularan por él exclusivamente los peatones. De manera lógica, las banquetas aparecen en el siglo XIX en Europa, ante la entrada de la modernidad urbana y de la separación cívica entre humanos y vehículos. Aunque, señalan registros históricos, las banquetas ya existían en la vieja Roma como sendas por donde los desagües corrían apestosamente.

Las banquetas, según la ciudad, su población y su gobierno, son angostas o amplias, sucias o relucientes, chaparras o elevadas, caminables o inundables, célebres o inseguras, lisas o adoquinadas. Ellas son el único camino de ingreso a los hogares o la posibilidad de entrada la ciudad. Las banquetas han sido tan importantes para la vida urbana que tienen incluso sus propias normatividades: deben ser construidas con ciertos materiales y con ciertas texturas; deben tener cierta altura y señalización; no deben ser modificadas a ningún capricho personal; deben ser amplias y permitir acceder a todo tipo de persona; no pueden ser invadidas u obstruidas; deben o pueden tener árboles y jardineras; y no deben ser defecadas por bendiciones peludas y de cuatro patas.

Y no sólo son la separación entre bípedos y máquinas. Del otro lado, las banquetas también separan la propiedad privada y la pública. Hay una rayita, de pared y piso, que aparta y une lo propio con lo común. Y aunque algunos tienen banquetas frente a sus predios, ¡no son suyas! No obstante, se agradece que las barran y las rieguen. Los de las casas solas piensan que las banquetas son el acceso privado de sus vehículos y las cuidan a muerte. Las fondas y restaurantes quieren adueñárselas instalando mesas y salientes. Las agencias de autos, por las noches, cortan árboles para sembrar sus estacionamientos. Los OXXO sumen sus negocios, y evitan las banquetas, para que en las madrugadas los borrachos puedan colocar ahí sus autos.

Aunque la lógica de las banquetas siempre ha sido una, que transiten los peatones por ellas, también han sido históricamente foco de muchas actividades. Todavía en los barrios las banquetas tienen un perfil deportivo. Ahí ocurre la Champions de la cuadra, el Súper tazón de la colonia, la Serie Mundial del condominio. Se arma también el “avioncito”, con gises de colores y tejas de papel sanitario; la “carreterita” con cochecitos miniatura y caminos ondulados y trampas; o el “stop!”, con su célebre grito: “declaro la guerra en contra de mi peor enemigo que es…”. Además, lo mismo se juegan las “chiras pelas, entre los más peques, y en las comisuras de los bloques” o, entre los más creciditos, la famosa “rayuela”.

En las banquetas, efectivamente, se ve pasar el mundo; se espera a la novia y al semáforo; se junta la pandilla y la cuadrilla; ahí se descansa, se echa la “firma” y el “coyotito”; y, por supuesto, ahí se ejerce la vendimia.

Las banquetas, igualmente, han sido provocadoras lingüísticas. El grito “¡aguas!”, mencionan cronistas, es la referencia a los viejos pobladores de la ciudad quienes, desde sus balcones, y ante la ausencia de drenaje, arrojaban sus orines a la banqueta. El grito era una advertencia a los peatones. Por eso, tal expresión se tornó en sinónimo de “¡cuidado!”. La frase “estar cacheteando la banqueta” no es sino la referencia al amor en el marco del cosmos urbano. Refiere, así, estar perdidamente enamorado; de ahí el sentido de caer directo a la banqueta. O, como otra frase lo señala, “estar arrastrando la cobija”. También, por ejemplo, las banquetas han sido la sede del consumo etílico de las cheves litronas; de ahí invitación: “vamos por las banqueteras”.

 

Pero hoy hay ciudades, sin embargo, con escasas banquetas. La vida social ya no transcurre en ellas. Para trasladarse está el auto y para caminar los centros comerciales. El abandono de este elemento de la traza citadina, para marchar al encuentro del otro, o incluso para hacerlo sin destino, parece ser la victoria de un mundo retraído e feamente individualizado.

Nos corresponde, pues, a todos, rescatar las bonitas banquetas del mundo. Salir y adueñarse de ese pedacito de calle. Quizá de eso dependa (o quizá no) la precisa felicidad de nuestra ciudad.

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