¿Un machirulo en Palacio Nacional?

¿Un machirulo en Palacio Nacional?

La potente intervención feminista sobre las vallas de Palacio Nacional ha puesto nuevamente de manifiesto la fortaleza de un movimiento transformador que interpela al patriarcado y sus actores, incluyendo a aquellos con responsabilidades de gobierno. Esa interpelación, sin embargo, encuentra una vez más oídos sordos en un presidente que no entiende que no entiende, cual machirulo negado a romper el pacto patriarcal.

 

Si la 4T no es sólo gobierno sino un movimiento social amplio, sí hay en su seno expresiones feministas; de hecho, se han manifestado oportunamente en contra del espaldarazo presidencial a la candidatura de Salgado Macedonio. Sin embargo, como agenda gubernamental y discurso del ejecutivo, el machismo impera. Suponer manipulación o simulación sobre un movimiento que es vanguardia global, es un acto rotundamente machista.

 

No corresponde a los varones decidir qué es el feminismo. Nos toca reconocer y transformar el mandato de la masculinidad hegemónica. Ello no implica asumir un personaje en público como hombre transformado, sino practicar, tanto en público como en privado, una resistencia activa ante la dominación patriarcal. Es decir, desmontar privilegios, abandonar el sexismo, la homofobia, la transfobia, la violencia contra las mujeres y lo feminizado. El presidente no parece estar interesado en entender la importancia de esa imperante tarea.

 

Machirulo es el término que se emplea para referirse a un hombre que, sin pudor, vive su machismo. El machirulo puede incluso definirse a sí mismo como “aliado” del feminismo, pero siempre buscando ser el protagonista; es incapaz de estar en segundo plano, no sabe escuchar y menos aún aprender de las mujeres. Expresiones clásicas del machirulo son “ni machismo, ni feminismo”, “a los hombres también nos matan” o “no son las formas”. El típico machirulo suele asociar a la locura con lo femenino, como en su momento Cristina Fernández le aclaró a Mauricio Macri. Hay machirulos de derechas y de izquierdas, los primeros son cínicos, los segundos encubren sus micromachismos, muchas veces de forma casi involuntaria; “respetamos a todas las personas, hombres y mujeres”, dicen.

 

Romper el pacto patriarcal implica decir “ya chole” a la violencia machista normalizada. Ese pacto que hay que romper no es “importado”, es real, corresponde a actos cotidianos de complicidad y silencio entre hombres que legitiman la misoginia, el sexismo, la homofobia. Ignorar las denuncias de las víctimas y proteger a los agresores es mantener el pacto, con la agravante de hacerlo desde el poder público. Romper con los privilegios patriarcales requiere, en primer lugar, reconocerlos. No habrá proceso de transformación si se levantan muros, no se escucha y no se aprende del movimiento más vigoroso de nuestro tiempo.

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