Una lectura potencial del arte en relación al poder: Jacques Rancière-Michel Foucault 

Una lectura potencial del arte en relación al poder: Jacques Rancière-Michel Foucault 

Carlos Arturo Rojas Rosales

 

El acto estético como una configuración de la experiencia en la obra de arte implica una relación con un posicionamiento político que para el pensamiento del filósofo Jacques Rancière sugieren un reparto, donde para él, este reparto es sobre lo sensible como una estética de la política. Siendo una reflexión que guarda, respecto de las ideas vanguardistas en el arte, la relación en la configuración de la experiencia en el acto estético. Dicha relación es entre arte y vida, donde podemos pensar como el arte genera un régimen de verdad en el sentido de las nociones foucaultianas donde la vida, que se asienta en las condiciones de las relaciones saber-poder en el ámbito del arte, que constituyen una verdad del acto estético que se asienta en las relaciones entre percepción y discurso, donde la comunicación como una expresión y la comunicación como un contenido se distinguen por el régimen de verdad y este se entiende como desocultación. A la cual podemos comprender como el conjunto de conceptos, perceptos y formas sensibles que se conjuntan en un lenguaje que en su expresión relata las dinámicas de la relación entre percepción y discurso, comunicando el contenido de este conjunto en la dinámica de un mecanismo semiótico que produce valor y que produce lo sensible.

 

Por ello, el discurso así en las relaciones saber-poder genera un sistema de comunicación arte. Este sistema de comunicación arte es desde luego no el poder como un vector de un punto central a un nodo, sino las tramas de una red múltiple y no jerarquizada, que define un ámbito donde el poder en sus relaciones con el saber define un medio de reproducción de conceptos, perceptos y formas en formas de la observación de primer y segundo orden. Las obras de arte son portadoras de los conocimientos universales de una época, que es el saber que se condensa en el manejo técnico de las formas de creación artística que condensadas en una imagen, en la música, en la dinámica del cuerpo, presentan para cada época la posibilidad de la transmisión como una forma de observación, pero y a la vez como una relación entre medios y formas en el sistema de la comunicación arte.

 

Desde este punto de vista, las piezas del arte relatan un dialogo sobre la verdad que se implica en ese saber condensado en el concepto, el precepto y la forma sensible, que alude a cómo el conocimiento como empresa del intelecto humano genera una diferenciación que siempre propone un tema que no se colude con la formación ideológica de la actualidad, sino que traza las bases de la propia transformación de lo ideológico revelando un no dicho, un no aún en el discurso que siempre suele presentar como los procesos de programación y codificación de la reproducción de las formas que explican los procesos de la evolución del arte como un programa que excede a la pieza.

 

Jacques Rancière con el reparto de lo sensible logra proponer en relación a la transposición que podemos plantear sobre el filósofo Michel Foucault un análisis de las artes para dictaminar las rupturas con el régimen del arte, que es en este sentido la forma de la comprensión ideológica del discurso de las formas que se transforma en un proceso de politización donde la política es arte. La posibilidad de Rancière de plantear el nexo política y estética y un análisis donde ambos conceptos tienen lógicas comunes en el sentido de la delimitación de lo inteligible y lo ininteligible del mundo, permite que la política, al paso de lo invisible a lo visible, de lo inaudible a lo audible, como este programa de programación y codificación de los lenguajes del arte como un manifestar lo inmanifiesto, que siempre en cuanto discurso de las formas es en su práctica y en el momento de la creación eminentemente un momento político en el que se deciden las estructuras, combinatorias y elementos del lenguaje que se ejecuta en una pieza.

 

Arte y política son la relación que alude a la discontinuidad en el registro de la continuidad como momento preciso dónde se está por revelar un nuevo orden de las cosas. Por eso las soluciones al mundo que plantea el arte son infinitamente superiores a las de la política que practican los políticos, estas soluciones instauran un mundo en perfecta armonía consigo mismo o en perfecta discrepancia con el propio mundo, por eso mismo otro mundo.

 

Desde Rancière esto significa repartir lo sensible como acto político donde los límites del concepto de política son tematizados en términos del concepto de lo sublime entendiendo como el arte más allá del arte, de cuando el arte es testigo del encuentro entre lo impresentable que hunde todo el conocimiento y como testigo que se cierne contra la arrogancia de las tentativas estético políticas del devenir mundo del pensamiento. Cediéndole el lugar al arte como el lugar desde donde se da el fin de las utopías políticas y en la que ocurre la des-fundamentación del pensamiento como un pensamiento del desastre.

 

Rancière dira ante eso la necesidad de revelar algo diferente a este pensamiento desencantado donde la vocación del arte como elan vital siguiendo la receta foucaultiana será precisar sobre sus relaciones con la vida, hacer más vida, bajo el esquema de que el pensamiento del desastre es ese pensamiento que querría hacer funcional, utilitario y mercancía al arte por adelantado, cuando su tarea en tanto elan vital es promulgarse como un atentado contra la productividad o la producción.

 

Es ante todo un derrumbar ese mundo maquinal, arruinado por el desastre para pensarse libre de ese afán de servir como mercancía al mercado, para ser parte de la autosatisfacción y la alegría de un instinto básico por vivir.

 

El reparto de lo sensible al poner como principio del origen de la obra de arte esta relación de la política con la estética supone que cada acto estético reclame como practica estética la determinación de devastar ese mundo de un sensible que se ha cuajado en la idea de producirse como mercancía y de producir las formas como meros emblemas publicitarios o para el consumo, cuando el desfile de las formas consisten en dar evidencia sensible de un reparto de las partes y de un reparto de los lugares donde se desvasta este afán por producir funcionalmente mercancías y emblemas de las mercancías y transformarlo por la autocomplacencia de la propia vitalidad de las formas.

 

Con ello creando un dispositivo de lo sensible, que asigna en el reparto la fuerza de vivir como un proceso que detalla que lo común que unifica, es el dar a sentir, es el del a-priori del sistema de las formas que propugna un cuestionarse el mundo como un reparto de los espacios y los tiempos, la palabra y el resto del sonido, de lo visible y lo invisible que definen ese juego de la vida y del origen del acto estético y la pieza de arte en las formas como formas de la política, como experiencia de la política de la experiencia.

 

La política del dar a ver, de dar a decir, del dar a sentir es la idea de dar las propiedades del espacio y el tiempo en una codificación que produce un lenguaje que nos remite a una estética y su cuestionamiento en las propias practicas estéticas como una pregunta por las formas visibles, audibles, cenestésicas, etc., de su lugar en el mundo y de lo que a su respecto nos es común.

 

Entonces, lo común nos lleva a la pregunta por la existencia y la efectividad de lo sensible donde la vida anida como un sentido de la ficción que posee dos modelos, que anudan el régimen del arte y el régimen de la política, porque se trata del proceso de la indeterminación de las identidades, de la deslegitimación de las posiciones en la palabra y de la desregulación de los repartos en espacio y tiempo.

 

Que en las prácticas artísticas suponen una relación con el discurso como maneras de hacer y modos de intervenir en la distribución o reparto de las formas del hacer y en su relación con las formas de ser y de ser visibles que al no fundarse en el contenido inmoral de las narrativas y de la poesía, sino en la ficción dentro de ellas, en su relación con la vida, nos presenta al reparto de lo sensible como dos lugares, uno que es el espacio de la actividad pública donde se proponen y exhiben los fantasmas de la ficción como en el teatro o la danza. Y el otro como un espacio donde se desenfoca y se disloca el reparto de las identidades, las actividades y de los espacios por las máscaras como en la pintura, la música. Y que para este proceso se decanta en una destrucción de toda fundamentación legitima en la circulación de la palabra donde las relaciones con estos efectos y con el cuerpo, en los espacios comunes como en la literatura o la escultura.

 

Esto que es el régimen estético de esa política nos habla de la democracia donde el teatro de operaciones es la asamblea, la asamblea de los artistas, de las leyes intangibles, de la dramaturgia que operará una coreografía de la comunidad cantada y danzante, en su unidad las practicas del cuerpo y la palabra son el símil de la lucha política en la propia arena política que nos hablan de la comunidad política que somos y que en el arte se asienta en la reproducción y producción de formas que modelan la relación más amplia y abstracta del poder con el saber en el arte.

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