Vivir en un estado del espíritu, un estado de ánimo, implica que gozamos un movimiento que serpentea en nosotros como relámpago y que nos habla. Hemos visto la danza no como un saber hacer, sino como un saber ser en la perpetua mutación de sus ritmos y formas. La sentimos un arte, una vida y nos imaginamos, como si pudiéramos pensar el pensamiento del cuerpo, que es cómo una peculiar intimidad que encuentra su asimiento en el sentimiento que crea y puede expresarse.
Arte
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