Por Redacción
En la zona de bares de Beirut, cientos de jóvenes libaneses, escoba en mano, barren los escombros tras las explosiones que devastaron a la ciudad, sin esperar una operación de limpieza del Estado, que consideran inepto.
"¿Qué Estado?" protesta Melissa Fadlalá, una voluntaria movilizada en la calle Mar Mikhaël, famosa por sus bares y restaurantes, no muy lejos del puerto de la capital libanesa.
En este barrio de edificios antiguos, las fachadas y los escaparates saltaron por los aires el martes tras dos enormes explosiones provocadas por 2,750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas en un depósito, según las autoridades.
Los libaneses están acostumbrados desde hace décadas a la inactividad de los servicios públicos, a los cortes diarios de electricidad y a la mala gestión de los desechos. Por eso no esperaron. Lanzaron operaciones de limpieza y de desescombro, en un movimiento de solidaridad después de una noche que traumatizó a la población.
Con guantes de goma y mascarilla, Fadlalá tira un pedazo de vidrio tan grande como su brazo en la puerta del edificio administrativo de la compañía eléctrica estatal. "Para mí, este Estado es un basurero y en nombre de las víctimas (del puerto), el basurero que las mató seguirá siendo un basurero", recalca esta mujer de 42 años.
"Llevamos nueve meses intentando reparar este país", dice Fadlalá. "Si tuviéramos un Estado de verdad, estaría en las calles desde ayer limpiando. "¿Dónde están?", protesta.
Delante de edificios semiderruidos, decenas de jóvenes voluntarios recogen vidrios rotos y arrastran grandes bolsas de plástico llenas de escombros. Otros suben escaleras llenas de escombros para llamar a la puerta y ofrecer albergar a libaneses cuyos domicilios han quedado inhabitables.
"Tenemos a gente que va a proponer a los ancianos y discapacitados ayuda para encontrar un lugar donde pasar la noche", explica uno de los voluntarios, Hosam Abu Nasr, de 30 años. "No tenemos un Estado para tomar estas medidas, así que nos hicimos cargo de la situación", añade.
En unas cuantas horas instalaron mesas de plástico, con botellas de agua, bocadillos y tentempiés. "No puedo ayudar cargando cosas, así que trajimos comida, chocolate y apoyo moral", declara Rita Ferzle, de 26 años.
Varias ciudades del país se han ofrecido a acoger a familias que se hayan quedado sin vivienda. El patriarcado católico maronita ha anunciado que abrirá los monasterios y las escuelas religiosas.
Abdo Amer, un fabricante de ventanas, ha bajado sus precios a la mitad, y para algunas familias acepta trabajar gratis, dada la magnitud de la devastación y la crisis económica que atraviesa el país.
"He recibido más de 7,000 llamadas en un día, no puedo seguir el ritmo", explica el treintañero. ¿Qué espera de las autoridades? Nada, en absoluto. "¿Cree que el Estado se va a hacer cargo del trabajo?", pregunta con ironía.
Las explosiones mataron al menos a 137 personas e hirieron a más de 5,000, exacerbando la ira de los libaneses que desde octubre de 2019 han multiplicado las manifestaciones contra los políticos, acusados de corrupción e incompetencia.