En unos pocos días, se celebrará este año, como todos los precedentes desde el siglo III, la Navidad. Esta celebración refiere, en el mundo de la cristiandad, la natividad, el nacimiento de Jesús, como lo marcan dos evangelios contenidos en la Biblia. El periodo navideño se inicia, así, el 25 de diciembre y termina con una de las tres Epifanías del Señor, el 6 de enero.
La primera fecha no es exacta; no existen registros puntuales del acontecimiento. Cálculos lo sitúan entre septiembre y octubre, como primera gran posibilidad, o, como actualmente se asume, a finales de diciembre. No obstante, la fecha al presente establecida coincide con otras festividades, ritos y dioses significativos para pueblos de la antigüedad. Por ejemplo, el solsticio de invierno, el “Sol Invictus”; las Saturnales, las fiestas paganas en honor al dios de la agricultura, Saturno; Frey, dios nórdico del sol naciente; Amaterasu, la diosa del Sol en la mitología japonesa; la Noche de Lussi; el Día del Mummer; entre otros.
La segunda fecha es la culminación de las celebraciones navideñas. Señala la Epifanía a los Magos de Oriente, conocida corrientemente como el Día de los Reyes Magos. Ahí Jesús se manifiesta, se revela ante los tres Reyes, ante el mundo pagano. Los sabios, dice el pasaje bíblico, guiados por la Estrella, entraron a la casa, vieron al Niño y le ofrecieron oro, mirra e incienso.
Este periodo de festividad navideña no es sólo propio del catolicismo. También lo es, en ciertos términos, para algunas iglesias protestantes y ortodoxas. Pero, al día de hoy, la Navidad es ya el efecto de un largo proceso de secularización y modernización. Muchos de sus principales elementos han sido desgajados del régimen religioso y se han incrustado, ya transmutados, en otros sociales, económicos, políticos y, hasta, laborales.
Incluso así, las referencias a ese universo piadoso siguen enmarcando las celebraciones: fiestas, peregrinajes, encuentros, alegrías, brindis, regalos, ofrecimientos. Y son la clara ocasión para que algunos, sólo algunos, reivindiquen, aunque sea en una partecita de la noche previa, ciertos valores, ciertas virtudes, ciertas fraternidades. Pasada la noche, ya todo puede volver a su curso “normal”.
La actual coyuntura pandémica, la cual se pensaba no atentaría contra esos puntales sociales y culturales, ha cubierto también la Navidad. En los días que se vienen, se pondrá en tensión todo aquello que, a fuerza de repetición, había sido forjado a través de los años. Pero quizá el problema no es qué se hacía en este período, sino quién lo hacía. Los que llegan hoy a la Navidad arriban disminuidos y desgastados. Otros trágicamente ya no lo
hicieron.
Cualquiera que sea el curso que tomen las cosas, cualquier circunstancia que haya que afrontar, hay que asumir y repetir el rito. Hay que ejercer, como se pueda, esta natividad. Por lo tanto, para todos, y sin excepción: ¡Feliz Navidad! ¡Felices Fiestas! ¡Felices Dioses!