La cátedra de García Linera

La cátedra de García Linera

En el más reciente número de la edición latinoamericana de la revista Jacobin se publica una extensa entrevista de Florencia Oroz y Martín Mosquera con el exvicepresidente boliviano Álvaro García Linera. Dentro de la riqueza temática tratada en la conversación, identifico cuatro tópicos nodales en la discusión sobre los gobiernos progresistas en América Latina: 1) el rol del aparato represivo del Estado, 2) la relación con la oposición, 3) la articulación entre el Estado y lo popular y 4) la agenda de construcción del socialismo democrático. Son ejes fundamentales que toda experiencia que se adscriba al progresismo debiera tener muy en cuenta. Pueden ser también cuatro advertencias para el rumbo de la 4T mexicana.

 

1. Las Fuerzas Armadas y la Policía, destaca García Linera, son parte de la autonomía relativa del Estado. Como agudo lector de Gramsci y Poulantzas, el exvicepresidente de Bolivia reconoce que el aparato coercitivo del Estado tiene dinámicas propias, ante las cuales es necesario implementar políticas de contención, que respeten la institucionalidad y se aproximen a lo popular. Este fue un déficit del gobierno de Evo Morales, pues al no visualizar su importancia, descuidó la formación y contención de las fuerzas represivas. Como consecuencia, a decir de García Linera, un sector de la oficialidad cedió ante los sobornos de la oligarquía y por ello participó en el golpe de 2019.

 

2. La oposición ante los gobiernos progresistas no se limita a partidos políticos y sus voceros mediáticos. En el caso del golpe boliviano, García Linera enlista actores clave: Almagro, el Departamento de Estado de los Estados Unidos, jerarcas de la Iglesia Católica, dos expresidentes y un sector de la clase media tradicional. La oposición al progresismo está en la oligarquía y los poderes fácticos; los partidos son apenas su fachada y sus voceros son sólo personeros. Cuando la izquierda toma el poder por la vía armada, puede plantearse el desplazamiento de la clase dominante; cuando lo hace por la vía electoral, a decir del entrevistado, aparece el reto de la “convivencia con la oligarquía”. Ante eso, no basta con ganar el gobierno; es necesario construir un Estado que no esté sometido a los poderes fácticos.

 

3. El proyecto nacional-popular no puede nacer del gobierno sino de la sociedad. El proyecto progresista, dice García Linera, es de lo popular no para lo popular; no es de arriba hacia abajo. El Estado no está fuera de la sociedad, al contrario, “es una manera de estar de la sociedad”. El gobierno progresista es la cresta de una ola social que viene de abajo hacia arriba.

 

4. García Linera define al socialismo democrático como “la posibilidad de que un conjunto de transformaciones sociales in crescendo sean una conquista”. No habla de una concesión estatal sino de una conquista social. El socialismo construye comunidades, no desde arriba sino “como la única forma de comunidad que puede haber: entre personas”. Las lecciones de García Linera son útiles para la (auto)crítica de las experiencias progresistas de la región. La 4T puede someterse al ejercicio de contraste de los cuatro postulados. En el actual gobierno mexicano vemos concesiones desmedidas ante un poder militar que más que subordinarse a un proceso de cambio desde lo popular, antepone sus intereses corporativos. La policía, con todo y su recientemente anunciado modelo inaplicable para la realidad mexicana, es un cuerpo represivo sin el más mínimo asomo de acoplamiento con el supuesto cambio de régimen. Las amargas lecciones del golpismo policial de Ecuador (2010) y Bolivia (2019) advierten sobre los riesgos del ninguneo del “pueblo uniformado”.

 

La 4T no se asume socialista y su construcción de lo popular es de arriba hacia abajo. Sectores significativos de la izquierda social, como los movimientos sociales en defensa del territorio, feministas y de pueblos originarios, están fuera de la órbita acotada de las políticas sociales de un gobierno que “concede”, “ayuda”, “brinda” o “regala”. Con todo y sus proyectos extractivistas y contrainsurgentes, la 4T está más cerca del populismo de Echeverría que de las experiencias contemporáneas de la izquierda socialista.

 

Las fuerzas populares adheridas al lopezobradorismo, parecen cada vez más relegadas de las decisiones fundamentales de un partido convertido en botín de viejos políticos tradicionales. El reto de la convivencia con la oligarquía, en el caso mexicano, ha tornado en connivencia. La 4T ha sido un freno necesario al ominoso saqueo de la plutocracia precedente, pero su conquista ha sido gubernamental, aún no estatal, menos aún popular. La cátedra de García Linera, más allá de su adornada erudición, está llena de urgentes advertencias.

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