La militarización como proceso y el militarismo como ideología se presentan con matices en todo el espectro político. El uso ya cotidiano de las categorías militarización, militarismo, antimilitarismo, desmilitarización, entre otras, invita tanto a su definición como a su contextualización histórico-política. Por ejemplo, entre las dictaduras militares latinoamericanas que combatieron enemigos internos y las organizaciones político-militares de izquierda que apostaron a la guerra de guerrillas, hay diferencias muy significativas, aún con su compartido gen militarista.
En una reciente entrada del Blog de seguridad de la revista Nexos (16 de noviembre de 2020), Daira Arana y Lani Anaya recuerdan la importante distinción conceptual entre militarización y militarismo. La militarización se ha entendido como un proceso que implica, o bien la participación de fuerzas militares en labores de control interno, o la adopción de lógicas militares por parte de las instituciones civiles, particularmente las policías. Hay procesos de militarización cuando los estados sumen lógicas militares en funciones más allá de la defensa nacional que, según la doctrina liberal, debiera ser el acotado campo de acción de la milicia. Cuando el aparato militar tiene amplia incidencia en la conducción política de un Estado, estamos ante el militarismo. Hay militarismo cuando el estamento militar no sólo asume funciones más allá de la defensa, sino que incide directamente sobre el poder civil, incluso subordinándolo. En una definición clásica, Albert Lauterbach concibió en 1944 al militarismo como “el liderazgo político de los militares en el Estado”.
Las formas de militarismo dependen entonces de las formas de Estado (relación de fuerzas en una sociedad), no sólo de gobierno (función ejecutiva del Estado). La preponderancia del poder militar en una relación de fuerzas políticas puede inclinarse a posiciones autoritarias, populistas, desarrollistas, progresistas, conservadoras, de derechas y de izquierdas. El militarismo no tiene una sola ruta y su implantación obedece a factores del contexto. Al ser un proceso político, incluye elementos ideológicos. El militarismo configura formas culturales como la voluntad de hacer la guerra y la exaltación de virtudes castrenses. Para académicos anglosajones de la llamada Escuela de Estudios Críticos en Seguridad, como James Eastwood, el militarismo es una categoría fundamentalmente ideológica, operante en la legitimación de la violencia. Por cierto, hay violencias, incluyendo las de Estado y las revolucionarias.
Una obra muy ilustrativa para la identificación del militarismo de amplio espectro (de derechas e izquierdas) es el libro de Matthew Johnson, Militarism and the Bristish Left, 1902-1914 (Palgrave MacMillan, 2013). En este, el historiador británico refuta una concepción muy arraigada del liberalismo anglosajón: el militarismo de inicios del Siglo XX fue construido por la derecha y sus gobiernos autoritarios, mientras la izquierda asumió posiciones anti-militaristas. Johnson muestra cómo el militarismo fue también reinterpretado y asumido por posiciones progresistas.
Así, cuando el 40% de los ciudadanos mexicanos responde en la última Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI) que estaría de acuerdo con un gobierno militar, no podemos concluir que eso significa necesariamente aprobar un gobierno dictatorial de cierto tipo. Escudriñar qué tipo(s) de militarismo imperan en la cultura política mexicana es una interesante agenda de investigación. Para la doctrina que sustenta la democracia liberal, todo militarismo es antidemocrático, pues atenta contra el modelo ideal de un control civil sobre las Fuerzas Armadas. Pero en la práctica y en la mente de las personas, ese no es necesariamente el único modelo de democracia existente.
Los militares son actores políticos. Su gremio goza de un margen de autonomía relativa aún en los Estados democráticos. Las Fuerzas Armadas no sólo hacen política con golpes de Estado y dictaduras. Por ejemplo, antes de instaurar sangrientos regímenes autoritarios en el cono sur durante los años 70, tuvieron expresiones populistas nacionalistas en los años 30 e impulsaron un modelo desarrollista en los 60. Cuando a inicios del siglo XXI diversas expresiones de izquierda llegaron al poder en varios países de la región, los líderes progresistas vieron la necesidad de asegurar la contención del estamento militar, ya sea por medio de reformas doctrinales y organizacionales o bien mediante negociaciones y entrega de prebendas. Hoy en día hay casos de amplia participación del estamento militar en gobiernos de países como Brasil, Honduras, Venezuela, El Salvador y México. Sería impreciso asumir que todos los casos implican la misma erosión democrática. Cuando los militares se hacen del poder absoluto sí son dictatoriales; cuando son una pieza clave en el equilibrio inestable de fuerzas políticas de una sociedad, no son modelo de democracia, pero tampoco una irreversible deriva autoritaria.