La banda del ballenita y el metralleta

La banda del ballenita y el metralleta

El ballenita y el metralleta, peligrosos y desequilibrados cómplices que compartieron su sed de poder y sangre, sembraron terror en México durante varios años. El primero, también conocido en su infancia como “Felipón”, nació en el seno de una familia moreliana estigmatizada por “mocha”, secular, conservadora de ultraderecha, antiprogreso y reaccionaria. Fracasó en sus intentos por ingresar a la Universidad Nicolaíta y a la UNAM, pero después lograría ser presidente de México. El segundo, también conocido en los bajos (y altos) mundos del narco como “el topo”, escaló desde los sótanos de los aparatos de espionaje y represión, hasta tener un altar dedicado a la Santa Muerte en su Secretaría toda poderosa. Esto según lo relatado por Olga Wornat en su último libro: Felipe, el oscuro. Una obra que metralleta y ballenita quisieron esfumar.

 

En su obra dedicada a las víctimas de la guerra calderonista, la afamada periodista argentina dedica un capítulo a la figura de quien también llaman “tarta”; el súper policía de los gobiernos panistas. García Luna, detenido en Texas en diciembre del año pasado, según lo relatado en el libro, fue socio y protector de narcotraficantes. En su introducción, Wornat incluso refiere a la existencia de un video comprometedor sobre el tema.

 

Tarta ingresó al CISEN en el sexenio de Salinas, apadrinado por represores probados como Wilfrido Robledo y Macedo de la Concha; escaló hasta ser alto mando en la extinta PFP, dueño de la AFI y hasta cuasi vicepresidente. Experto en montajes y fabricación de culpables, el acaudalado García Luna formó una estructura con sus compadres, entre quienes figuraron Luis Cárdenas Palomino alias “el pollo” y Ramón Pequeño, ahora reclamados por la justicia estadounidense. El general Tomás Ángeles Dauahare y el comisario Javier Herrera Valles advirtieron a Calderón sobre los vínculos de García Luna con el narcotráfico, pero el entonces presidente negó categóricamente esa relación. Los mensajeros pagaron con cárcel; sus familias, como tantas, con un tormento.

 

Wornat pasa revista a hechos nodales en la vida política de quien fuera el fiel protector del metralleta. Desde los bochornosos incidentes derivados de su alcoholismo, hasta su tormentosa relación de complicidades con Margarita Zavala, pasando por el vínculo con la secta de Rosi Orozco y los misteriosos accidentes aéreos en su sexenio. Destaca el recuento de los infortunios de la guerra, como la asesoría de profesionales del Crimen de Estado (Álvaro Uribe, los generales Naranjo y Acosta Chaparro), las masacres (como Villas de Salvárcar y San Fernando) y las “víctimas colaterales”.

 

El libro ofrece una de las más completas descripciones del líder de México Libre: “…un hombre con una psicología inestable, intolerante, embargado por el resentimiento, alcohólico, sin una verdadera formación intelectual, que nunca accedió a un cargo de responsabilidad por el voto popular y que llegó al poder por la puerta de atrás, después de unas elecciones fraudulentas…”. Es una lectura necesaria.

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