No hace falta buscar más para saber quién manda en el tenis femenino mundial: Naomi Osaka logró su cuarto título de Grand Slam en otras tantas finales disputadas, al dominar este sábado en Melbourne a la estadunidense Jennifer Brady, número 24 de la clasificación, en la final del Abierto de Australia.
La actual número tres del mundo se impuso 6-4, 6-3 a apenas 1 hora y 15 minutos a Brady, quien disputaba su primera final de un 'Grande' y se va con el consuelo de ingresar en el Top 15 del mundo.
"Estoy muy feliz. Por este momento trabajé toda la pretemporada. Es muy extraño, cuando se llega a la bola de partido, una se pone a temblar porque una comienza a preguntarse 'y si…'", confesó la campeona.
En la clasificación WTA que se publicará el lunes, Osaka no figurará aún en la cúspide, pero se acercará con el segundo puesto, por detrás de la australiana Ashleigh Barty.
Pero sobre la pista no hay duda por el momento. Osaka marca el paso en el tenis femenino mundial.
Desde el regreso de la competición luego del confinamiento, Osaka se adjudicó el US Open en septiembre pasado, y ahora el Abierto de Australia.
Con estos dos nuevos éxitos, que se añaden al US Open 2018 y al Abierto de Australia 2019, la japonesa de 23 años es la primera tenista, desde Mónica Seles a comienzos de los 90, en salir victoriosa de sus cuatro primeras finales de Grand Slam.
Y en la primera de ellas, en Nueva York con sólo 20 años, superó a una Serena Williams explosiva que perdió los nervios en varias fases de aquel partido, arremetiendo contra el árbitro y siendo sancionada por ello.
Cuando se convirtió en número uno del mundo después del Abierto de Australia de 2019, Osaka no escondió sus dificultades para asumir su nuevo estatus.
Dos años después, la japonesa nacida de madre nipona y padre haitiano, que creció y vive en Estados Unidos, da prueba de su madurez a pesar de su rostro dulce y su suave voz.
Su aspecto tranquilo esconde una fuerte determinación y una mentalidad ganadora fuera de lo común.
"De lo que estoy más orgullosa es de cómo me he fortalecido mentalmente", estimaba Osaka tras su clasificación para la final.
"Solía tener altos y bajos, dudaba mucho de mí misma. Pero ver todo lo que pasa en el mundo, la cuarentena, eso pone las cosas en perspectiva", explicó.
"Solía tender a evaluar mi existencia en función de mis victorias o mis derrotas. Ya no me ocurre eso", añadió.
En efecto, a lo largo de toda la quincena australiana, Osaka demostró ser una fuerza tranquila.
En siete partidos, sólo dejó escapar un set, en octavos contra Garbiñe Muguruza.
Y cuando la española gozó de dos bolas de partido en el tercer set, la japonesa salvó la situación con una calma remarcable.
En la final, Osaka, que sólo vivió ciertos momentos de duda en la segunda mitad del primer set, no dio opciones a Brady.
Sin jugar su mejor tenis, la nipona demostró estar varios escalones por encima de su rival. Mientras que en su enfrentamiento precedente, en semifinales del último US Open, Osaka se impuso en un partido disputado, por 7-6, 3-6, 6-3, la final de este sábado fue de sentido único.
Y eso que la estadunidense llegó a tener una bola de break para colocarse 5-4, pero no logró concluir.
Osaka quería cerrar el partido por la vía rápida y en el segundo set se puso con un 4-0 a favor.
Brady no bajó los brazos y logró acercarse con una rotura de servicio en el quinto juego, pero Osaka estaba segura de su victoria y la logró asegurando el servicio.
"Creo que tengo mi sitio a este nivel, que ganar un Grand Slam es posible", afirmó Brady.
Pero una vez más, Osaka demostró su capacidad para transcender en los grandes momentos.
De los siete trofeos que adornan sus vitrinas, más de la mitad son 'Grandes'.
Y la 'regla Osaka' se confirmó: cuando la japonesa supera los octavos de final en Grand Slam, sistemáticamente se lleva el título.