Íker tiene seis años y no sabe qué es un recreo ni tomar distancia en la fila para entrar al salón de clases; no ha hecho honores a la Bandera y tampoco ha tenido la oportunidad de sentarse con un grupo de niños y niñas de manera presencial para aprender de una maestra.
Para él tomar clases significa “prender el celular”. Cuando se le pregunta si recuerda cómo era asistir a la escuela, responde que “no”.