El arte, la ciencia y el artesanado de la música que su lectura como medio de expresión que opera con la inteligencia en el momento de la creación y que en su comunicación directa opera una práctica que es su propio artesanado en la ejecución cuyas peculiaridades cede un lenguaje que no es propiamente lo que se conoce a través de lo eminentemente lingüístico, sino que es un sistema de significación que no trata de una dimensión propiamente linguïstica.
Esto que es lo no lingüístico expone sus formas por referencia a los otros que lo viven como un algo diferente donde se transmuta lo subjetivo cotidiano de esa deriva interminable que es el tiempo un algo de otra realidad objetiva que sobrepasa ese origen común en la subjetividad cotidiana, así pues ese algo que es la música.
Si se trata de hacer verificable este paso de lo cotidiano debiéramos de acudir a las cuestiones de la sensación son las fuerzas que pasan por el músico y que se supone por la mirada ajena que el músico las representa, no es más que el manifestar en la acción que llegan a cada realización.
Y que es por el exceso y el peligro de la dispersión que el músico es el centro de la multiplicidad que subsiste como firmeza, como potencia de la visión y con eso se comunica el misterio, esa porción ilimitada o limitada de la sensación que se transforma en una forma de significación musical, que es una creación.
Ese vértigo de la ilusión a la que se entrega el músico, que es esa facultad salvaje que con el saber de la belleza y del tiempo nos lleva a la utopía duradera que es el sueño de la evolución que se construye con ese emplazamiento a la significación propia que nos muestra el poder propio, el hábito mental, la lectura de los pliegues del alma de la cultura, la sensibilidad de un universo personal que se amuebla por esos objetos delicados que la significación no lingüística posee que son las fuerzas vivas que nos dan hambre, tenemos un buitre en el estómago que siempre busca más, siempre tener hambre y solo eso.
Esta que es la utopía que representa el músico, pero que es una dosis de la inconsciencia que persevera con el hambre y se hace sistema con el tiempo, por eso belleza y tiempo son estas luces vividas de cada sonámbulo que es el músico. Boulez y Stockhausen pueden ser leídos en este vértigo de la ilusión en su hambre que configura su sensación, su hábito mental, y los pliegues de su alma cultural y en las formas sensibles de su universo personal, en lo que va más allá de esto para ser la presencia de eso impersonal que la música convoca como espesura de una época.
Cuando pensamos en la filosofía zombie de Jorge Fernández Gonzalo, que es una filosofía de la divagación mientras se camina en búsqueda de la oportunidad de un quehacer feliz, podríamos suponer una musicalidad de su crítica a Descartes, cuando piensa en los procesos donde como en la pintura según las ideas de un Deleuze en el texto “Francis Bacon, la lógica de la sensación” que es una lógica de la borrosidad, una lógica de la sensación, donde la sensación nos cede un sistema de significación hecho de imágenes borrosas que vemos desfilar en la pintura de Francis Bacon y en la deformidad del cuerpo zombie.
Y que en ese sentido nos permite pensar en el cuerpo, la belleza de ese acto es la de la belleza que infunde ese sentido de la búsqueda de un camino a nuestras preocupaciones, la belleza de lo que es anómalo en ese sentido de la búsqueda de la thauma del sorprenderse del mundo, del devenir en las palabras de Deleuze. Si nos plantamos en las ideas de ese devenir en la búsqueda del camino el lirismo de la época es la musicalidad que emerge dentro del camino, el devenir maquina es que de pronto la música transforma cuerpo por el hecho de que el camino se pinta de la música que acompaña esa ruta, es así, el proceso de la música. Una ambiance que orienta la música del ser, cuyo cuerpo es el todo del camino, como al escuchar los audífonos mientras se va de paseo. Desaparece la preocupación e inicia esa ruta propiamente, uno que cuyo proceso de sensacionalidad opera una conexión con la música para no pensar en lo preocupante esa música, que cuyas fluctuaciones nos llevan a otro estado de cosas como cuando nos disponemos a bailar.
Así los estímulos sensoriales nos ceden una música que como en Francis Bacon nos promueven el propio devenir molecular de un punto de fuga, que cuestiona a profundidad las ideas de René Descartes de la dicotomía mente-cuerpo, nuestra prótesis borrosa de la maquina musical, promueve una forma de gótico de la fisicalidad de lo musical, cuando el proceso es un barrido cero en la flatline de los métodos de composición para que el cuerpo haga la resonancia de la sensoriedad y de la sensación, de modo que no cabe el pensamiento matemático, los tonos y la atonalidad, sino el rechazo sistemático a las preferencias estéticas demasiado expresivas de la trascendentalidad de la mente. Para hacer un giro que centra en la corporalidad los intereses.
Intereses que para el poshumanismo expresan un realismo agentivo que será la idea de que la estética de lo borroso y de la estética de lo deforme que se sujeta a un régimen de la sensación y la experimentación con el cuerpo en el final del cuerpo, y que suponen un rebase de la lógica cartesiana y con ello experimentar una nueva corporalidad que es un sistema de significación que tiene importantes consecuencias para la sociedad contemporánea.
Así junto con este realismo agentivo en el poshumanismo podemos entender la teoría del toque musical como la idea de un devenir corporalidad en el fin del cuerpo que expresa las relaciones entre compositor, ejecutante y escucha por una estética de la experiencia musical que cuyo entendimiento es una elección estética en el devenir intensivo de métodos de composición que se apoyan en el cuerpo como cyborg anomal y de los devenires animales que se oponen a los métodos de la composición musical tradicional.