La “Zona Autónoma de Capitol Hill” (CHAZ, por sus siglas en inglés), es un área del distrito Este de Seattle que ha sido declarada por ciudadanos como “libre de control policial”. Sus ocupantes no son precisamente “terroristas” como los ha nombrado Trump, tampoco buscan la proliferación del crimen y la violencia; al contrario, el lugar parece ser pacífico, ojalá también con distanciamiento físico y medidas sanitarias necesarias en plena pandemia. En la CHAZ se comparten refrigerios, se proporciona gratuitamente gel antibacterial y atención médica, se organizan círculos de lectura, se proyectan películas al aire libre y se exige quitar el grosero financiamiento público a las funciones policiales para, en cambio, redireccionar esos recursos a servicios sociales. El escenario parece similar a los plantones político-culturales convencionales y emula a los muchos casos históricos y actuales de ejercicios autonómicos en el mundo; por ejemplo, a la entrada de la zona se colocó un anuncio similar al de Free Derry. También es posible que el ejercicio sea efímero. Sin embargo, la imaginación radical de un mundo sin policía, o sin la función policial tal como la conocemos, trasciende las viejas demandas reformistas.
Desde la mitología liberal, la policía es ese fetiche profesional que hace uso de la fuerza para el beneficio de los derechos ciudadanos, para mantener el orden y perseguir el delito. Sin ella, supuestamente, habría caos. Ese sueño tecnocrático difícilmente encuentra su materialización en la realidad política. Cuando el modelo de la policía civil, transparente y amable falla, sus creyentes buscan retomar el sueño perdido mediante banderas ideológicas como la llamada “reforma policial democrática”; una meta dentro del propio orden policial. Por reforma se entiende reacomodo de fuerzas y cambios normativos. Por “lo policial” sigue ponderándose el uso de la fuerza, sólo que protocolizado y con controles. Por “democracia” no se sale del modelo liberal procedimental y representativo. Policía democrática, según este reformismo, es aquella que invita a los vecinos a juntas, da cabida a mecanismos de supervisión externa, rinde cuentas, es eficiente y eficaz en la atención de problemas de convivencia. Se trata pues del perfeccionamiento de la doxa neoliberal de una empresa con clientes. Es la construcción de una marca con mucha propaganda y recursos, pero con la misma mala calidad de siempre; la policía, con o sin reforma, no deja de ser el trabajo violento del Estado.
La reforma policial pide más y mejor policía, no su abolición. El efímero ejercicio lúdico de CHAZ sí es una oportunidad más para pensar otro orden social. Ese performance gringo nos trae de vuelta a la vieja discusión entre reforma y revolución. La vigencia de la histórica controversia de Rosa Luxemburgo con Bernstein o de Ruy Mauro Marini con Lelio Basso, no radica ya en la instauración de una dictadura del proletariado, como puedan pensar los pocos marxistas ortodoxos trasnochados que quedan. La discusión, pensando un mundo post-pandemia, radica ahora en la posibilidad o no de crear elementos de una nueva sociedad dentro de la vieja, como paso necesario para la transformación futura. CHAZ no va a cambiar al mundo, pero al menos ya está pensando otro.
La sociedad autónoma en proyecto, usando términos de Castoriadis, prescinde de la significación de la vieja policía. Hay ya algunas propuestas desde el imaginario radical. Alex Vitale, en su reciente obra The End of Policing, ha propuesto un programa de disolución de la función policial que busca poner mayor énfasis en medidas no policiales para la reducción de los abusos de poder y la violencia social. Entre esas medidas destacan el fin de la guerra contra las drogas y de las políticas de mano dura, desarrollar un robusto servicio de salud y mejorar servicios sociales para grupos vulnerados. Este tipo de propuestas han sido abrazadas por el movimiento abolicionista indispuesto a seguir financiando un aparato de muerte. Grupos como MPD150 y Critical Resistance ya están pensando el “futuro libre de policía”. Entre sus ideas figuran acciones como dejar de llamar a la policía para que resuelva problemas que jamás ha resuelto, privilegiar mecanismos de justicia restaurativa, mejorar servicios públicos de salud mental y prevenir más que castigar. Tal vez la apuesta de estos activistas sea igual de reformista que la de los tecnócratas, pero anima a la imaginación. En el pasado, el foquismo guevarista no tuvo el éxito esperado, pero sirvió para pensar otros mundos. En el presente, replicar dos, tres o más CHAZ (con distanciamiento físico, pero no social) puede que sirva de algo.
Columnista: Edgar Baltazar Landeros (@ebaltazzar) es Director ad honorem de ILEPAZ A.C.