Bukele y el autoritarismo millennial

Bukele y el autoritarismo millennial

 

Desde México, no se habla mucho de Nayib Bukele, el presidente millennial que gobierna El Salvador desde hace un año. Ocupó cierta atención mediática cuando visitó Tapachula para decirle “cabecita de algodón” a AMLO, hablar confusamente sobre sumas y multiplicaciones, recibir un golpecito en el mentón por parte del presidente mexicano y firmar un acuerdo para ejecutar el programa “Sembrando Vida” como medida de contención de la migración en el país centroamericano.

Se volvió a hablar de Bukele cuando éste divulgó por Twitter la noticia falsa de un vuelo comercial de México hacia El Salvador, donde supuestamente viajarían pasajeros con Covid-19. Ello derivó en un pleito tuitero entre el canciller Ebrard y el presidente Bukele, donde el salvadoreño le recordó al mexicano que después le reclamaría sobre sobre un asilado político. Se refería a Sigfrido Reyes, político del FMLN acusado de corrupción en su país y asilado por la 4T. Algunos usuarios de redes sociales aplaudieron después un video donde Bukele aparecía anunciando medidas de apoyo al pueblo salvadoreño en el marco de la pandemia, uno que otro vio también la entrevista a modo que tuvo el mandatario con Residente.

No enterarse de la selfie de Bukele en la ONU, su entrada al parlamento salvadoreño rodeado de militares o de las fotografías de reos semidesnudos y amontonados era imposible, pues esas imágenes dieron la vuelta al mundo. Pero muy pocos se enteraron de los vínculos personales de Bukele y Osiris Luna (su Viceministro de Seguridad y Director de Centros Penales) con empresas de seguridad privada asentadas en México. No muchos han visto el video de Bukele celebrando en Acapulco la boda de un amigo empresario y menos se enteraron del recorrido de Osiris por México en avión privado.

Quizá valga la pena mirar más hacia El Salvador, pues ahí se está gestando un interesante modelo político de reacomodo de fuerzas de derecha tuteladas por el gobierno de los Estados Unidos, con un poderoso aparato de propaganda que explota a la perfección las redes sociales y que le ha redituado al gobierno de Bukele en una aprobación casi unánime. En El Salvador está naciendo un particular caso de autoritarismo millennial, reciclando viejas ideas populistas y fascistas, pero enmascarándolas con la imagen buena onda de un presidente que usa la gorra al revés, de funcionarios que bailan en Tik Tok y de raperos que reconstruyen el tejido social con nuevas treguas pandilleras.                                

 Bukele ganó la presidencia salvadoreña sin necesidad de hacer actos de campaña en el territorio, le bastó con concentrar todas sus fuerzas en las redes sociales. No acudió a debate alguno y no presentó propuestas concretas. Su campaña recurrió a lugares comunes, a la indefinición ideológica, “ni de derecha ni de izquierda”, a la descalificación sistemática de los impopulares gobiernos de ARENA y el FMLN. Eso le bastó para acabar con el histórico bipartidismo de posguerra. Ya en el poder, Bukele recetó su medicina amarga, se desenmascaró como la nueva derecha de las viejas ideas. 

El 9 de febrero de este año, Bukele montó un espectáculo político que derivó en amenaza de golpe de Estado al legislativo. En El Salvador esos hechos son conocidos como el Bukelazo o el 9F. Su gobierno estaba en medio de una crisis por ser incapaz de atender la problemática del agua sucia distribuida en el Gran San Salvador. Entonces decidió un ataque contra los villanos favoritos, los políticos más odiados por el pueblo salvadoreño: los diputados.

 

Sus ataques al legislativo, que no controla, no pararon ahí. Bukele no solo entró con militares y policías al salón de sesiones, ocupando el lugar designado para el presidente de la Asamblea; desde entonces, ha amenazado con disolver al legislativo, manda a un hermano como cabildero, a un equipo anti-jurídico como auténtico grupo de presión, veta sistemáticamente leyes aprobadas y no baja a los legisladores de “ratas” y “sinvergüenzas” que “dan asco”. Respaldado por familiares, socios y compadres que cobran en su gobierno, Bukele ha desconocido también fallos de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, como aquél que le prohíbe seguir deteniendo y recluyendo en centros de contención a personas acusadas por violar la cuarentena obligatoria en el marco de la actual pandemia. El mandatario también puso en cuarentena la transparencia y está en campaña permanente contra la prensa independiente, contra las organizaciones nacionales e internacionales de derechos humanos y contra todo opositor que forme parte de ese “3%” que no lo apoya. Sin ser importante, hasta yo ya soy parte de la lista de bloqueados por Bukele en Twitter.            

 

Bukele, quien se ha autodenominado como “el presidente más cool del mundo”, es un fiel representante del populismo punitivo de derecha. Con una aprobación de más del 90%, ha mantenido de facto un estado de excepción permanente en centros penales y ha mantenido la estrategia militarista y de mano dura de sus predecesores. Paradójicamente, siguiendo la misma ruta, su gobierno ha logrado disminuir consistentemente los homicidios. Sin un plan real de seguridad, con pura propaganda y despliegue de fuerza, nunca han bajado los homicidios en El Salvador. En ese país, los homicidios bajan cuando las pandillas quieren.

 

A pesar del manejo improvisado y punitivo de la pandemia de Covid-19, la mayor parte de la población aprueba la gestión de Bukele. Él es popular, porque en tiempos de desesperanza el autoritarismo también lo es. Varios de sus seguidores han posicionado en Twitter, su red social favorita, tendencias como #QuéBonitaDictadura y se unen a la matonería digital en contra de la escueta oposición. Bukele no conmemoró el aniversario de los Acuerdos de Paz y ha mandado a demoler el monumento a la reconciliación. Está inmiscuido en una nueva guerra propagandística que tendrá en las elecciones legislativas del próximo año su gran batalla, en ella el pulgarcito de América se disputará entre la reivindicación del vigoroso autoritarismo millennial y el reacomodo de una oposición menguada, vieja y sin rumbo. Se vienen tiempos difíciles para El Salvador, pero con muchas selfies, tuits y aplausos del público. Eso no es cool.

 

 

Columnista: Edgar Baltazar Landeros (@ebaltazzar) es Director ad honorem de ILEPAZ A.C.

 

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