Contra la nostalgia

Contra la nostalgia

¡Has ido tan lejos para librarte de tu carga de nostalgia!

Italo Calvino

 

La crisis del futuro existía antes del Covid-19. La modernidad y sus artefactos (racionalización, humanismo y libertad) dejaron de dar evidencias en el mundo de la vida. El Covid-19 llegó, aceleró y profundizó la crisis del futuro. Los dos relatos políticos que han acompañado a la modernidad (liberalismo y comunismo) fracasaron poco a poco y sus proyectos se desmoronaron dejando sin norte a sus más fieles creyentes y a sus más radicales críticos. Si en el futuro no hay respuesta, la nostalgia aparece como un giro: volver al pasado (pero no es el pasado, es su idealización y mitificación) es lo que llena de sentido el magma de dudas, dilemas y vacilaciones.

 

La sociedad infectada es a su vez la sociedad de la nostalgia. Huérfanos de todo proyecto futuro sin narrativas capaces de soportar el vendaval de incertidumbres, con Estados cada vez más vigilantes y, al mismo tiempo y paradójicamente, más incapaces; con un planeta herido de gravedad, con una ciencia desbordada y con las subjetividades cargando la culpa de todo lo vivido. La nostalgia ha regresado.

 

Sventlana Boym escribió el libro “El futuro de la nostalgia” y nos advierte sobre los riesgos políticos que concierna la añoranza idealizada del pasado: “El peligro de la nostalgia radica en que tiende a confundir el hogar real y el imaginario”.

 

Steven Pinker, psicólogo estadounidense, argumenta que “Todo tiempo pasado fue peor” (así se nombra su libro) y esta demostración del académico de Harvard parte de cuantificar las muertes violentas, las enfermedades y hablar sobre el bienestar actual producto del “progreso”. Si bien la idea es interesante, es importante señalar el sesgo ideológico del autor y el problema de hacer comparaciones únicamente en el terreno numérico, que deja de lado el mundo cualitativo. Lo cierto es que cada época construye una relación entre pasados, presente y futuros, y que es necesario entender el uso político que tiene el tiempo para una población en particular.

 

La primera nostalgia es la de volver a un Estado hobbesiano, Make America Great Again. La figura del Estado, tan disminuida a lo largo de los últimos veinte años, aparece como esperanza al retornar al cobijo del padre que nos protege de todo mal. Dice Walter Benjamin en Tesis sobre la historia que la idea de progreso es teológica y hoy lo palpamos en cada discurso madrugador. Ahora, podemos agregar que la nostalgia también es teológica y Boym se sumará al decir que es “la esperanza de reconstruir ese hogar ideal”. Nuestro primer hogar ideal ha sido siempre el inexistente paraíso.

 

La segunda nostalgia es el retorno de los nacionalismos, el más poderoso de los “ismos” del siglo XX. Los nacionalistas, viejos y nuevos, consideran a su grupo social, cobijado por símbolos (arbitrarios), como dotados de un valor supremo que los hace superiores a otros. El cambio es que el nacionalismo anterior se movía por líneas verticales y hoy tiene la forma de un tribalismo digital perfectamente horizontal. El nacionalismo igual que el colonialismo construye su identidad repartiéndose ficciones, mitos e invenciones frente a un Otro superficial y descomplejizado que naturalmente es diferente y, por ende, peligroso. La nación es un accidente administrativo y no una ontología, y corresponde recordarlo en estos tiempos de nostalgias.

 

La nostalgia por la normalidad

 

Por otro lado, la nostalgia por la normalidad emergió. Simular que todo fue una pesadilla y que la verdadera vida era la que conocíamos antes de la primera infección. Los síntomas sociales de malestar (que tienen una larga duración) parecen olvidarse o, por lo menos, salirse del interés público. La epidemia también es la de la nostalgia. Boym en el 2001 dice al respecto: “Una epidemia global de nostalgia, un anhelo afectivo de una comunidad dotada de una memoria colectiva, un ansia de continuidad en un mundo fragmentado”.

 

Si se ha de concluir algo es que todo futuro será peor. Las medidas de “seguridad” contra el Covid-19 achicaron al mundo social a cuatro procesos: trabajar, estudiar, comprar (vender) e interactuar superficialmente con la mediación del mundo digital. La realidad social tan múltiple, diversa y colorida se convirtió en cuatro simples y grises procesos. Los capitalistas, peligrosamente, se han dado cuenta de que muchas cosas del mundo social son prescindibles para la normalidad de su proyecto económico y el Estado entendió que bajo los pretextos de la “salud” puede instaurar un nuevo régimen de control.

 

El pasado puede darnos luces, pero no bajo los códigos de la nostalgia. Si buscamos en el pasado inspiración y armas, también es fundamental problematizar y ser cuidadosos, ya que incluso la memoria tiende a borrar los fallos y los tropezones para proclamar el reino placentero de los aciertos.

 

Ni antes los árboles daban el alimento ni hoy el infierno nos persigue a todos. Ese no-lugar llamado “pasado” puede confundirse con la necesidad actual de configurar un refugio.

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