El Coronavirus y las Promesas del Mundo

El Coronavirus y las Promesas del Mundo

La contingencia mundial provocada por el coronavirus ha generado una gran cantidad de medidas, locales e internacionales, para evitar su transmisión. Una de ellas es el encierro, la reclusión, detrás de fronteras y puertas que se han interpuesto para evitar el contacto entre las personas. Este encierro significa entonces que, al menos durante algunas semanas, éstas quedarán separadas de la esfera social en la que física y cotidianamente participaban. Escuelas, oficinas, centros deportivos, iglesias, boutiques, bares, posadas, barberías, gimnasios, etc., han bajado estos días sus cortinas para contribuir a que el mundo de la enfermedad no invada nuestros espacios y, sobre todo, nuestros cuerpos.

Más allá de las consecuencias materiales que todo esto implica, el encierro parece condenar a las personas al aislamiento total y provocar, como algunos “especialistas” sugieren, miedos, angustias y una gran variedad de trastornos psicológicos. Si bien es cierto que en condiciones particulares estos pueden aparecer, también es cierto que no es la regla y que incluso hay elementos que sugieren lo contrario. Es decir, que la reclusión está forjando y potenciando, al presente, un tipo específico de socialidad y reencuentro con los otros, aunque éste no sea de carácter físico.

Desde hace algunas pocas semanas, distintas redes sociales, en la internet, se han repoblado de manera exponencial y algunas aplicaciones han salido de su limbo digital, multiplicándose, en consecuencia, los meetings virtuales, las reuniones familiares online, las borracheras en Zoom y los noviazgos vía fibra óptica; hasta el sexting, sin violencia de género de por medio, ha regresado.

Así, entre estas manifestaciones de socialidad, virtual, se encuentran las promesas. Esto es, tratos y/o juramentos para realizar acciones sociales futuras, de manera presencial, que hoy son imposibles de ejecutar a causa de la contingencia sanitaria. La forma de éstas es simple: “cuando todo esto pase, hay que…”. Y se ha completado la sentencia de distintos modos: ir por el helado o el pulque por el que nunca hubo un acuerdo; invitarse los taquitos al pastor; rodar juntos en bicicleta por la ciudad; acompañarse por un tatuaje; visitar en grupo el antro de moda; perrear; no faltar a la nueva fecha del concierto pospuesto; irse de campamento; volver al futbol; organizar la reunión con los de la prepa; regresar a ese lugar en el que vacacionaron y fueron muy felices; conocer, por fin, un love hotel; o, simplemente, volverse a ver, y abrazarse.

La idea de que enclaustramiento genera por sí mismo desórdenes mentales no es nada exacta. La idea de que la internet es una red que produce autistas digitales tampoco lo es. Incluso el encierro, representado en el hashtag #QuédateEnCasa, ha sido una valiosa experiencia global, colectiva y, en muchos casos, lúdica.

Hay que esperar unas buenas semanas para ver si todas las promesas se cumplen. Pero si una buena parte de ellas se realiza, todos habremos ganado una batalla al virus en cuestión, al individualismo ramplón y a los “especialistas” de lo patológico.

Columnista: Juan Carlos Huidobro Márquez (@jchmmx) estudió psicología, sociología y filosofía en la UNAM. Es profesor universitario, ciclista y le gusta la música dark.

 

 

 

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