Tras la caída del muro de Berlín, arreciaron las críticas sobre la dicotomía izquierda-derecha como clasificación de las ideologías y prácticas políticas. Desde entonces, hay quien la considera una dicotomía superada o quien la ve limitativa, insuficiente para concentrar la complejidad política. Sin embargo, hablar de izquierda y derecha sigue siendo vigente. Incluso quienes no gustan de la dicotomía, la usan para denostarla, pero no han logrado posicionar términos que la sustituyan.
En 1994, Norberto Bobbio publicó una obra que sigue siendo referencial: Derecha e izquierda. Razón y significado de una distinción política. Ahí, Bobbio enfatiza la centralidad de la díada en el debate político post Guerra Fría. Para el autor italiano, la aún funcional distinción entre derecha e izquierda reside en la concepción de la igualdad. La izquierda asume una visión igualitaria, busca la liberación, la emancipación. La derecha es una visión no igualitaria que defiende el pasado, la tradición y la herencia. Casi todas las expresiones políticas contemporáneas se pueden seguir clasificando en esos dos grandes grupos.
Evidentemente, hay variantes en la radicalidad de los posicionamientos de uno u otro lado del espectro político. En México, hay algunos sectores dentro de la 4T (más en el partido que en el gobierno) que se asumen de izquierda. Sin duda, ese proyecto político tiende más a la igualdad que los gobiernos precedentes del PRI y el PAN. Sin embargo, ante un programa neoliberal como el que representan los macroproyectos del Tren Maya, el Corredor Interoceánico o el Proyecto Integral Morelos, grupos de la izquierda social no partidista han manifestado su abierto descontento.
La derecha ha posicionado una agenda en el tema de seguridad que incluso ha colonizado el margen de maniobra de gobiernos de izquierda. El populismo punitivo, la militarización, las demostraciones de fuerza, la privatización de la seguridad pública, son parte de esa agenda. Varios gobiernos de izquierda no sólo han replicado esa ruta, sino que incluso, en su crítica a la mano dura de la derecha, siguen empleando el léxico tecnocrático de sus adversarios políticos: coproducción de la seguridad, gobernanza, transparencia, rendición de cuentas, reforma democrática.
Así como las nuevas derechas se ocultan detrás de una supuesta indefinición ideológica, “ni de derecha ni de izquierda”, los fallidos proyectos de seguridad, desde la izquierda, han sido incapaces de innovar y construir otros referentes. Casos emblemáticos de esos fracasos en América Latina, son el manodurismo de izquierdas que aplicó el FMLN cuando gobernó El Salvador y la descomposición del proyecto comunitario de las fuerzas de seguridad en la Nicaragua del régimen Ortega-Murillo.
En octubre de 2019, la revista Nueva Sociedad, publicó una entrevista de Mariano Schuster a Lucía Dammert, reconocida especialista en seguridad. En esta, Dammert declaró que los gobiernos de izquierda en América Latina, en materia de seguridad, han hecho cosas muy parecidas a los gobiernos de derecha. Si bien los gobiernos de izquierda se distinguen por su acento en programas sociales que buscan mitigar las causas de la delincuencia, su manejo de las instituciones de seguridad no es muy distinto al de la derecha: puerta abierta al poder militar, limitado control civil sobre las policías y continuidad de procesos privatizadores de la seguridad.
La académica María José Rodríguez Rejas ha denominado “norteamericanización” de las políticas de seguridad en América Latina, a la hegemonía en la región de la estrategia de seguridad hemisférica de los Estados Unidos. Dicha estrategia se vale de la propaganda de la transitología y ha posicionado una perspectiva de “seguridad democrática” que enmascara los objetivos reales de contrainsurgencia y uso político del miedo.
Raúl Zibechi ha denominado “Estado policial democrático” al régimen de dominación extractivista-neoliberal sostenido con la participación de las fuerzas de seguridad. La crisis programática y ética de varios gobiernos de izquierda ha impedido construir alternativas al creciente militarismo y a la imposición de la agenda “democrática” del Imperio. Las propuestas de dejar de financiar o incluso abolir a la policía, paradójicamente, no son más fuertes en América Latina que en las recientes movilizaciones en los Estados Unidos.
La construcción de alternativas de seguridad, abajo y a la izquierda, no ha pasado de la experimentación local, las micro-resistencias autonómicas y los microcosmos antiestatistas. El proyecto en grande, aún es un serio pendiente.