En sus primeras conferencias sobre el manejo de la epidemia de Covid-19 en México, el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, enfatizó que su papel era técnico, no político. Con probadas credenciales académicas, el Subsecretario ha descubierto que como alto funcionario y vocero gubernamental, su rol político es ineludible. Se ha politizado. Lo cual no pone en duda sus competencias científicas. Al contrario, la politización de López-Gatell es una oportunidad para dirigir éticamente y con responsabilidad un saber técnico que nunca es aséptico.
Cuando López-Gatell dijo que la fuerza de AMLO era moral y no de contagio, tuvo un lapsus, un resbalón, falló a su anunciada imparcialidad científica. Pero a la vez, esa fue su oportunidad para asumirse como actor político preponderante. Desde entonces, el científico y funcionario ha lidiado con intereses privados detrás de algunos medios, con gobiernos de la oposición y con la industria de los alimentos chatarra. La clara definición de causas y adversarios es el corazón de la política en sentido amplio. Politización no es partidización, es el proceso contencioso por definir la vida en común.
Son paradójicamente actores político-partidistas quienes acusan a López-Gatell de ser un técnico politizado. Por politización, tienen una perspectiva bastante estrecha. Por política entienden lo que ellos hacen: representación partidista de intereses privados y corporativos, disputa por imponer su voluntad, uso instrumental del electorado, negociación de los recursos públicos y desuso de la ética. Esa forma de hacer política existe, pero no agota las posibilidades de lo político. Además, desde el gobierno, no hay técnica sin política. Pedir que un tema de interés público “no se politice” es algo tan absurdo como pedir que el agua no moje.
El uso vulgar del término “politización” lo dota de un sentido negativo, indeseable. Por ejemplo, dos famosos intelectuales de derecha lo han concebido así: Enrique Krauze y Denisse Dresser. El Ingeniero publicó en diciembre de 2012 un breve texto en Letras Libres, que tituló “La politización de todas las cosas”. Desde su perspectiva, no todos los temas son políticos, pues hay politización “mala” que puede llevar a la enemistad o al fanatismo. Dresser, quien paradójicamente se ostenta como politóloga, publicó en abril de este año, en la revista Proceso, la columna “Hugo López-Gattell: ¿científico o político?”. Para ella, es vigente la dicotomía weberiana entre ciencia y política, por eso reprocha al Subsecretario su “pacto dañino” entre protagonismo y politización. Pero la politización es un proceso, no solo un adjetivo, e implica todos los ámbitos de interés colectivo, incluida la ciencia.
Desde Weber, las vocaciones de político y científico son incompatibles. Lo son, porque su concepto de política está limitado a la aspiración del poder, ya sea para lograr otros fines o para ganar prestigio, siempre dentro de un Estado. Pero el campo de interés de la sociedad, lo político, no se limita a lo instituido, incluye también lo que aún no se logra. Así, con la acción política se conquistan derechos otrora inexistentes o se modifica el status quo. Es político todo lo que puede decidirse colectivamente. Si por política entendemos la expresión institucional de lo político, politizar es entrar en el conflicto por definir intereses colectivos y eso incluye, entre muchas otras cosas posibles, la atención de una epidemia.
La Psicología Crítica Latinoamericana, en sus ramas Social, Política y Comunitaria, con exponentes destacados como Maritza Montero, Ignacio Martín-Baró y Pablo Fernández Christlieb, nos aporta una concepción de la politización como el proceso de transformar lo privado en público. El proceso inverso, la ideologización, ocurre cuando lo público se vuelve privado. Politizar implica entonces actuar en público, deliberar, concientizar. La ciencia politizada no es la que se ideologiza, la que pierde rigor o se pone al servicio de un grupo de poder. López-Gatell se politizó y eso puede ser útil para el interés colectivo.