La Soberbia del Mundo

La Soberbia del Mundo

Una de esas tantas citas choteadas de Albert Einstein, cientos de veces reposteadas en las. redes sociales, dice más o menos: “El que se erige en juez de la verdad y el conocimiento es desalentado por las carcajadas de los dioses”. No se sabe si la frase es en realidad del físico alemán o es fruto de la “inteligencia digital y colectiva”. Pero más allá de eso, muchos refieren con ella ese conocido sentimiento exacerbado de supervaloración, de sí, que los humanos ejercen por encima de otros; un sentimiento de superioridad sobre los demás ejecutado sin recato alguno ni modestia. De entre los siete pecados capitales, planteados por el papa Gregorio Magno, en el año 590, la soberbia es, sin duda, el más infame de ellos y es señalado como el origen del cual surgen los seis restantes.

 

Es soberbio, por ejemplo, Hugo López-Gatell, subsecretario de salud, cuando señala que los senadores, opositores al régimen pejista y a las medidas gubernamentales respecto de la pandemia, “sufren” de disonancia cognitiva, sin él, de manera evidente, haber leído a Leon Festinger y sabiendo que ni ellos ni los reporteros que cubrieron la nota entenderían la referencia.

 

Es soberbio quien, ostentándose como “host” en el Zoom, sólo por razones técnicas, deja a los demás participantes en la sala de espera por largos minutos sin poder ingresar y regula el micrófono y el video a su antojo, silenciando y saboteando a todos aquellos que considera sus rivales, menores, del trabajo.

 

Es soberbio el estudiante quien, de manera presencial y virtual, durante la clase levanta repetidamente la mano, o la manita azul, para recitar, casi de memoria, el único párrafo que estudió del material para la sesión o para parafrasear lo que compañeros ya habían externado “corrigiéndolos” de manera abierta y burlona.

 

Es soberbio el profesor quien, en una mesa redonda, exige que lo presenten con su curriculum vitae en extenso, cuando sólo tiene 15 minutos para hablar de un trabajo que ya había expuesto el año precedente, en el mismo foro y en coautoría con sus estudiantes.

 

Es soberbio el que exige cariño repetido, continuo y empalagoso de su pareja, en específicos contextos públicos y privados, pero que responde a ellos con un estoico “gracias” o con su correspondiente “yo igual”.

 

Es soberbio el dueño de la cuenta de Instagram quien se muestra en reiteradas fotos y videos en moda fitness, en perfecta condición física y con un cuerpo 100 % atlético mientras sabe que sus seguidores navegan su cuenta afligidos y resignados mientras muerden el pan dulce de su cena y mientras piensan si compran o no su programa de ejercicios y bandas elásticas personalizadas.

 

Es soberbio quien, habiendo nacido por mera suerte en una familia con privilegios económicos, y quien espera cada quincena el depósito pronto de su mecenas, vomita sobre los demás exigiendo esfuerzos, desvelos e inspiración que sólo conoce por libros de motivación personal que se consiguen en el Sanborns.

 

Es soberbio el que, al pedir una cajita de cerillos en la miscelánea de la esquina, paga con un billete de alta denominación, justo cuando acaba de abrir el establecimiento, aun teniendo el importe exacto para hacerlo.

 

Es soberbio el tendero que, al recibir un billete de alta denominación como pago de una cajita de cerillos en su miscelánea, justo cuando acaba de abrir su establecimiento, da de cambio decenas de monedas de muy baja denominación, aun teniendo la posibilidad de no hacerlo.

 

Es soberbia la niña que sopla y apaga la vela del pastel de cumpleaños de su hermanita, en una fiesta tupida de invitados, incluso aceptando que su acto ameritará recibir algunos jalones de cabello de su fraterna. Basta ver su cara de satisfacción y poderío, al final del video viralizado en la red, para saber que el sentimiento en cuestión vive más allá de la edad cronológica.

 

Especialistas en el ramo, psicólogos, psicoanalistas, trabajadores sociales y, hasta, médicos, piensan que la soberbia es un mecanismo de compensación y reflejo de la profunda inseguridad, el temor y la falta de confianza de los seres humanos ante el feo y complejo mundo. No es obligación creerles, pero sí lo es aceptar que todos hemos alojado alguna vez tal sentimiento en nuestra alma, en nuestros corazones o en nuestra vesícula. Aurelio Agustín, obispo de Hipona, san Agustín, en otra frase, choteada pero pegadora, dice: “la soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano”.

 

Vayamos, entonces, por el mundo, menos soberbios y más sanos; menos hinchados y más llanos.

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