Múltiples ideas, hipótesis y teorías escandalosas han recorrido, durante los días que ha durado la pandemia, cada rincón del planeta afectado por el virus SARS-CoV-2. Estas informaciones, en disonancia con las versiones oficiales y científicas, revelan una suerte de complot de grandes agentes políticos, económicos y, hasta, religiosos, para producir y diseminar la enfermedad COVID-19 por todo el mundo y, por ahí, controlarlo.
Como de costumbre, “especialistas” de todo tipo, entre ellos psicólogos, sociólogos y médicos, han alertado sobre la naturaleza de estas versiones. Argumentan, en tono despectivo, que tales no son sino una respuesta ante la imposibilidad de conocer a cabalidad la condición del morbo y acceder, con ello, a una segura inmunidad. Lo que hay en estas versiones, pues, es la satisfacción y consuelo de necesidades psicológicas ante el miedo, la impotencia y la pérdida de control individual y colectivo. Además, estas mismas socavarían, dicen, la confianza pública y las medidas oficiales de los gobiernos para intervenir la curva epidémica.
Las primeras de estas versiones refieren la creación del coronavirus actual por gobiernos concretos. Unos apuntan a China y a la manufactura del virus a base de roedores y murciélagos. Otros explican su propagación, por parte de miembros del ejército estadounidense en China, como un arma biológica en un escenario militar global. Unos más afirman que todo es parte de un plan para construir una nueva hegemonía universal.
Otras versiones, también al inicio de la pandemia, señalan al cofundador de Microsoft, Bill Gates, como el creador del virus biológico. Las acusaciones están basadas en declaraciones previas del millonario donde refiere que si algo matara a más de 10 millones de personas, en el futuro, seguramente sería un virus y no una guerra. Además, se acusa a su fundación, en contubernio con farmacéuticas, de haber probado vacunas experimentales en India y África y provocado, con ello, miles de muertes y afecciones médicas permanentes.
Versiones más sofisticadas sugieren que la quinta generación de las tecnologías móviles es la culpable de la aparición del virus y de su expansión. La célebre 5G, que permitirá una transferencia de datos hasta por 1.2 gigabites por segundo, y que será una red mundial generalizada en 2025, es parte de un puré diabólico donde a la par están implicados algoritmos, chips, nanobots, tatuajes cuánticos, drones, radiación electromagnética y grandes antenas transmisoras.
Versiones no menos avanzadas, y locales, apuntan a un complot, gestado dentro del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), donde matarían a todo aquel diagnosticado con COVID-19, y hospitalizado en sus instalaciones, para robar el altamente cotizado líquido de sus rodillas. 100 dólares, dice la versión pública, es el precio del silencio de los trabajadores testigos de tal atrocidad. 10 000 dólares, agrega la misma versión, es el precio pagado por la preciada rodilla derecha.
En otra versión local se dice que el amigo de un primo, que trabaja en la Guardia Nacional, e incorporando en la anécdota los movimientos telúricos de hace unos días en territorio nacional, comentó que los sismos no existen, sino que es una droga que el gobierno esparce en el aire, por medio de aviones, para que se produzca la sensación de meneo en la tierra. Esta estela química, la famosa Chemtrail (Chemical Trail), actuaría junto con el coronavirus, como una cortina de humo, para completar un próximo proyecto dictatorial.
Las más recientes versiones son ya de una naturaleza absolutamente diversa: los aparatos que toman la temperatura, que usan un infrarrojo para apuntar, matan neuronas, dañan la glándula pineal y producen impotencia; los diferentes coronavirus son de creación extraterrestre, llegados en un meteorito, y terminarían pronto con la humanidad para rehabitar nuestro planeta; una de las vacunas en desarrollo contra el virus se fabrica a base de células de fetos abortados; el SARS-CoV-2 es un castigo, divino, por la práctica generalizada de sexo anal en las grandes ciudades del orbe; la serie de Netflix “Dark” y las predicciones de Michel de Nôtre-Dame, Nostradamus, coinciden en la fecha en la que el fin del mundo ocurrirá; López-Gatell es el anticristo del que hablan las viejas profecías bíblicas.
Si bien las teorías, o demás informaciones, conspirativas parecen señalar realidades inverosímiles o en demasía extravagantes, tampoco se les puede asumir como patrones desviados o síntomas de patologías sociales e individuales. Lo característico de ellas, como la insistencia en una verdad oculta o en las maquinaciones de grupos en el poder, describe de forma suficiente la situación en la que hemos vivido durante muchos años: ¿Qué no han sido países poderosos los que han violentado militarmente regiones enteras del planeta? ¿Qué no han sido grandes empresas transnacionales las que se han enriquecido saqueando patrimonios naturales y culturales de países en desarrollo? ¿Qué no han sido los gobiernos en turno los que han escondido de manera sistemática información relevante a la población? ¿Qué no han sido rebasados nuestros sistemas de salud en términos de prevención y atención de enfermedades? ¿Qué no ha sido el Estado el principal protagonista en materia de desapariciones forzadas? ¿Qué no han sido cómplices gobiernos y medios al proyectar realidades inexistentes y siniestras en pantallas, periódicos y sitios web?
El destino final del mundo no está escondido; está a la vista de todos. Lo problemático no es aceptar lo fantástico de las versiones conspirativas del mundo. Lo problemático es aceptar que al menos una de ellas, alguno de estos días, tenga verdaderamente razón.
Columnista: Juan Carlos Huidobro Márquez (@jchmmx) estudió psicología, sociología y filosofía en la UNAM. Es profesor universitario, ciclista y le gusta la música dark.