Narcoestado
En las últimas semanas hemos sido testigos del reparto de despensas por parte de grupos criminales en al menos 12 estados del país. Vimos desde porras al Mencho en Zapopan, hasta videos grabados con drones, pasando por las imágenes de la hija de El Chapo repartiendo víveres en la Zona Metropolitana de Guadalajara. La secretaria de Gobernación calificó como “hecho aislado” ese reparto y el gobernador jalisciense lo identificó como un “montaje”.
Ante estos hechos, han proliferado múltiples opiniones que, en un ejercicio de reducción de complejidad, clasifico en dos categorías: quienes ven un Estado ausente o fallido y quienes vislumbran un Narcoestado en construcción o bien ya en plena operación. Los primeros, acusan de un repliegue del Estado, incluso de su ausencia, ven una falta de Estado de derecho y la claudicación de una autoridad incapaz de enfrentarse al crimen organizado. Los segundos, que incluso pueden coincidir en la lectura general de los primeros, agregan agravantes: ante las fallas del Estado, la delincuencia organizada ha construido un Estado paralelo, apareciendo como benefactores de grupos desprotegidos y ocupando los vacíos que deja la autoridad.
Coincido, con matices, más con los segundos que con los primeros. Como el poder existe en relaciones más que en espacios particulares, no creo que deje vacíos. No creo que el Estado falle, pues está cumpliendo su misión de control poblacional y territorial, incluyendo la extracción de renta y la imposición de proyectos ideológicos. Tampoco creo que un Estado claudique cuando renuncia a enfrentarse a sí mismo, al contrario, trabaja en su autoprotección. Pienso que tampoco se está perdiendo un Estado de derecho, pues éste, en su concepción ideal, nunca existió. Sostener estas premisas requiere, de entrada, de un concepto de Estado.
Definir al Estado es una tarea contenciosa. En las clases de civismo de la secundaria nos dijeron que éste era la articulación del territorio, la población y el gobierno. Varios institucionalistas ven al Estado como un órgano jurídico-político que a través de una burocracia legal y racional impone normas y valores, monopoliza la violencia legítima y da forma a una idea de nación. Algunos antropólogos creen que, al formarnos en una oficina gubernamental para hacer un trámite, libreta de notas y grabadora en mano, podemos captar efectos del Estado, representaciones y prácticas de una idea borrosa que los poderosos han impuesto sobre la sociedad. Dentro del mar de definiciones, yo me quedo con la del marxismo heterodoxo. Entiendo por Estado a la relación de fuerzas entre la clase dominante y otras fracciones de clase aliadas que, con el ejercicio articulado del consenso y la coerción, domina a un territorio y a una población determinadas, a través de un aparato de gobierno y de una ideología que se pretende hegemónica.
Siguiendo esa definición observo que, en varios fragmentos del territorio nacional, la relación de fuerzas dominante tiene a los grupos criminales como actores preponderantes. Son ellos quienes gobiernan cuerpos, territorios e ideas. Son quienes ejercen la decisión soberana en tiempos de excepción. Así como reparten despensas, deciden quién vive y quién muere. El Estado no se reduce a los funcionarios de un gobierno, sino a esa suma de consentimiento y coerción que se videograbó con drones y música de banda de fondo.
Columnista: Edgar Baltazar Landeros es Director ad honorem de ILEPAZ A.C.