Las Horas del Mundo

Las Horas del Mundo

 

La medición del tiempo es una cuestión difícil de relatar y complicada de explicar. Implica hacer referencia a grandes dioses, filósofos, ciencias y procesos sociales. El reloj, por ejemplo, ocupa un lugar especial en toda esta trama histórica. Una trama que parece comenzar en los tiempos de los egipcios, con la Clepsidra o reloj de agua, y que pasa por la aparición, en sucesivos períodos, de mecanismos de sol, arena, mecánicos, eléctricos y nucleares. Estos últimos como resultado del encumbramiento de la técnica y de los cánones productivistas que impusieron, desde mitad del siglo XIX, una disciplina horaria y un tiempo único del mundo.

La contingencia sanitaria causada por la enfermedad COVID-19, originada por el virus SARS-CoV-2, y que mantiene la cuarentena actual, parece que provocó que el tiempo y su medición cambiaran en su naturaleza. Esta cuarentena parece haber abolido el tiempo, al que todos estaban acostumbrados, o haber hecho que la señalada cronometría ya no resultara tan efectiva.

El tiempo, anterior a la contingencia, era el principal regidor de cada una de las acciones diarias de todos aquellos que compartían un espacio particular. Es el caso de la lógica que se vivía en contextos como los de la oficina, la universidad, el gimnasio o el hogar. Allí, siempre había una hora, casi fija, en la que sonaba el despertador, en la que había que levantarse y bañarse, la hora de desayunar, la de correr, la de entrada y salida, la de comienzo de clases, la del aburrimiento, las del transporte, la hora de las mancuernas, la hora de regresar, la hora de dormir y, si se podía, la de soñar.

Tal manera de vivir implicaba no poder violentar ese orden. Y si se hacía, habría que saltar abruptamente de la cama, que aventar a mucha gente en el metro, no probar alimento en todo el día, no entrar a la única clase buena, no cobrar el bono mensual por puntualidad o regresar derrotado al hogar.

Afortunadamente eso ya no pasa. La contingencia sanitaria ha dado un respiro y se tiene, en pocos meses, mejores formas de relacionarse con la experiencia del tiempo. Parece que éste, tal como se conocía, ya no existe por el momento, sino que hay uno diferente, por ejemplo, cuando el lomito quiere salir a defecar o cuando grita el señor del gas. Parece que los días son idénticos hasta que se oye un “ya terminó el paro en la facultad” o “no me ha bajado”. Parece que el año 2020 comenzó cuando se “descubrió” el coronavirus y terminará hasta que la vacuna esté lista.

Tal extraña organización marca una gran diferencia que permite decir que, antes, el tiempo ordenaba todas las actividades y que, ahora, ese señor es servidor de ellas. También por ejemplo, es muy temprano, casi de madrugada, cuando comienza la conferencia del Peje. Ya está anocheciendo, y como que es hora de tomar café, cuando termina la propia de López-Gatell. Si suena en la TV el Himno Nacional, es que habrá desvelada. Si termina el “Pare de sufrir”, es que hubo sesión completa de Youtube. Se sabe que es domingo porque está el siempre interesante programa de Jaime Maussan. Se sabe que ya viene junio, y mayo está en las últimas, porque algunos ya hablan del día del padre.

La lectura del reloj de pared, o del casi en desuso reloj de muñeca, ha bajado en importancia. Por el contrario, las nuevas manecillas, a las que se recurre en esta cuarentena, se pueden ubicar sin duda en las propias actividades: antes de (levantarme), después de (bañarme), todavía (no como), ya (voy a apurarme), casi (me duermo), por poco (y no me conecto), más tarde (trapeo), primero (oigo música), luego (trabajo), cuando (no tenga hueva), un día (que quiera), quizá (ya no pase). O, en poderoso mexicano, y ya casi abandonado: al ratito, ahoritita, un tantito más (y lo hago).

Estos puntos temporales son los que han sustituido, progresivamente, las marcas numéricas del reloj y organizan, al presente, y seguro por algunos meses más, la vida cotidiana y profesional.

Las consecuencias son claras y bellas. La gente se duerme ahora porque tiene sueño y no porque tenga que trabajar o estudiar al siguiente día. Las cenas son hoy de madrugada y se desayuna, sin problemas, después de mediodía. Se vive en un domingo largo largo y se despierta en él, una y otra vez, sin que el lunes, el lunes de tristezas, llegue.

 

Sabemos que esta magia un día terminará. Sabemos que Cronos acabará triunfando sobre Kairós y Aiôn. Pero también sabemos que hemos probado de las aguas de un tiempo más nuestro. Ojalá que no lo olvidemos. Ojalá que el trabajo y la escuela, cuando regresemos, no hagan que lo olvidemos.

 

Columnista: Juan Carlos Huidobro Márquez (@jchmmx) estudió psicología, sociología y filosofía en la UNAM. Es profesor universitario, ciclista y le gusta la música dark.

 

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