Los Hábitos del Mundo

Los Hábitos del Mundo

La gente se viste según sus hábitos. Y los hábitos son, a su vez, vestiduras que atienden a ciertas disposiciones y/o estados sociales. Se pueden llevar al asumir una orden religiosa o militar; se pueden asimismo portar unidos a un voto o compromiso; o se pueden, también, ejercer por su uso reiterado. En tiempos de pandemia, ciertos hábitos han aparecido y se han extendido hasta hacer de su apariencia algo “habitual”. Caminar por los parques, entrar al mercado local, visitar un negocio o ejercer ciertas profesiones requieren, así, la adopción de una específica usanza pública. El sujetarse al hábito religioso, por ejemplo, implica el uso de la túnica, el cíngulo y el escapulario, al lado de la asunción de la vida ascética y espiritual.

 

Casi a la mitad del siglo XIV, galeras genovesas procedentes de Constantinopla llegaron a Mesina, y con ellas arribaron las ratas portadoras de la bacteria Yersinia pestis. Más de 100 millones de personas, aproximadamente la mitad de la población europea, habría muerto en tan sólo seis años. Los siglos subsecuentes habrían de adoptar, en consecuencia, hábitos particulares respecto de ulteriores pandemias aparecidas. Ropajes, máscaras y prácticas surgieron no exactamente para preservar la vida de los “doctores”, sino para advertir a la población sobre tal delicada labor, para adjudicarles los registros, cuidados y tratamiento de los enfermos y para que su presencia significara la proximidad de la muerte.

 

El hábito más famoso se le atribuye a Charles de Lorme, doctor francés, quien perfeccionó en 1619 el llamado disfraz de “médico de la peste negra”. Los portadores eran médicos comunitarios de segunda o tercera, jóvenes en formación o galenos con sólo conocimiento empírico. Según la tradición miasmática, emanaciones fétidas, impuras y tóxicas causarían cierto tipo de afecciones y enfermedades. La prenda dispuesta para contrarrestar tales efluvios consistía en una máscara con un pico de pájaro, de aproximadamente 20 centímetros de largo, con dos agujeros, relleno de sustancias aromáticas, flores secas o esponjas con vinagre; una túnica o gran abrigo de cuero o lona encerada; blusa y pantalones de piel fina; botas de cuero de cabra; lentes, sobrero y guantes. Completaba el hábito una vara o bastón de madera con diferentes funciones: dar órdenes a los infectados y a la enfermedad misma; despojar al paciente de la ropa para examinar su cuerpo; tomar la frecuencia cardíaca; mantener la distancia con los infectados y, por ahí, golpearlos por ser portadores de un castigo divino (el morbo). Hay que decir que el traje y las acciones de los médicos no frenaron la propagación de ninguna enfermedad. Más bien, se convirtieron progresivamente en parte de un imaginario social respecto de la vida y la muerte, en disfraz y rutina para festejos y carnavales e inspiración para la Comedia del arte italiana.

 

Resultado de la pandemia actual de enfermedad por coronavirus iniciada en 2019 (COVID-19), que mantiene desde febrero-marzo de 2020 al mundo con medidas sociales restrictivas, se han ejercido igualmente ciertos hábitos. Los médicos de coronavirus, y demás personal sanitario, portan de inicio con protección respiratoria: cubrebocas o mascarilla facial N95, careta de acrílico, lentes protectores y resguardo para el cabello. Además, llevan una pijama o bata de aislamiento, de fácil identificación, y guantes para las manos y cubiertas para las extremidades inferiores. Cabinas, arcos y sprays sanitizantes, despachadores de esencias y vapores desinfectantes, complementan el cuadro de seguridad. Fuera de ese ámbito, el hábito se transforma, se vulgariza, pero se mantiene en su existencia. El cubrebocas de especificaciones internacionales le cede el lugar al de tela con estampado de boca de payaso maligno; los guantes de latex al gel con alcohol del 70 con suavizante de manos; la protección para el cabello a la gorra beisbolera; la bata quirúrgica a la “playera y pantalón de camión”; y las cabinas y arcos a los aerosoles de bolsillo para higienizar, con humito de color, el ambiente. Si no se porta ello públicamente, en pensamiento y acción, no es posible asumir seriamente el cuidado del cuerpo frente al virus.

 

Algunos de nosotros conocemos, a través de ilustraciones y crónicas, el hábito del Dr. Pico de Roma, célebre médico de la peste. Todos conocemos, o somos, ese hombre-coronavirus, protegido por su hábito contra cualquier intromisión vírica. Los años indicarán si las actuales usanzas devendrán en célebres e históricas prácticas o, como en el caso medieval, serán sujeto de parodias y pesadas sátiras carnavalescas.

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