Los Modales del Mundo

Los Modales del Mundo

Desde años atrás, todas las actitudes, expresiones, usanzas y conductas de “cortesía”, que la gente esgrimía galanamente en la vida pública, indicaban la consideración y el aprecio por el otro. Pero principalmente significaban la guarda y el mantenimiento de normas, la conservación del orden societal y la generalización de valores sociales. La gente que utilizaba tales gestos era reconocida por portar distinguidamente buenas costumbres, una refinada educación y, como tal, un destacado repertorio de buenos modales. Entre éstos se contaban, por ejemplo, usar un saludo formal al entrar a un recinto (lo mismo al despedirse); expresarse correctamente, prestar atención y no interrumpir a su interlocutor en una alegre conversación; ceder el asiento, en el transporte, a quien más lo necesite; ser puntual en una cita y respetar el valioso tiempo de los demás; honrar y considerar siempre a la gente mayor; no secretearse públicamente ni dejar al descubierto intimidades familiares; colaborar, sin protestar, en las tareas del hogar; comportarse en la mesa; no entrometerse en la vida privada de nadie ni dejar circular chismes e intrigas; no agenciarse valores ajenos sin la autorización del dueño; no agredir a los animales; no reírse de modo escandaloso; no empujar a la gente en la calle; no arrojar basura a la vía pública; no liarse a golpes con extraños; no corromper a la niñez. En resumen, no ser un pinche humano incivilizado.

 

¿Desde cuándo las cosas fueron así? El sociólogo alemán Norbert Elias planteó la incógnita de por qué los humanos se comportan como lo hacen en el desarrollo de su vida intelectual. Se interesó, pues, en la manera en que el comportamiento considerado típico-civilizado fue transformándose históricamente, en Occidente, hasta el estado actual. Elias parte, entre otras fuentes, de una conocida obra de Erasmo de Rotterdam, De civilitate morum puerilium (De la urbanidad en las maneras de los niños), publicada en el siglo XVI. El manual de Erasmo era muy simple: trataba de la conducta de las personas en sociedad, especialmente del externum corporis decorum (decoro externo del cuerpo) y está dedicado a un muchacho noble, al hijo de un príncipe, para su adoctrinamiento. Erasmo habla entonces de la apariencia de las personas y da consejos para que otros aprendan. Dice, por ejemplo: “los ojos muy abiertos son un signo de estupidez; la mirada fija es un símbolo de indolencia”; “lo mejor es que la mirada muestre un ánimo reposado y una amistad respetuosa”.

 

Y señala en distintos pasajes del manual: “en las ventanas de la nariz no debe haber mucosidad alguna […]. El aldeano se suena con el gorro o con el faldón de la camisa; el salchichero con el brazo o con el codo. Tampoco es más correcto valerse de la mano y limpiarla luego en el traje”. Se debe escupir, dice Erasmo, haciéndose a un lado para no ensuciar o rociar a nadie. Y si cayera al suelo algo purulento, es menester eliminarlo con el pie para que nadie sienta asco. Si todo ello no fuera posible, hay que usar un pañuelo.

 

En la mesa igualmente se refieren códigos particulares: “hay quienes meten la mano en la bandeja apenas se han sentado […]. Los lobos y los glotones hacen lo mismo”. No hay que abalanzarse ni rebuscar en la bandeja de comida, no hay que ser un tragaldabas; esto es, sin duda, una falta de educación. Si los dedos se llenaran de grasa, piensa Erasmo, no es correcto chupárselos o secárselos en la ropa. Es de aldeanos, y nada elegante, sacarse de la boca los trozos masticados y depositarlos de nuevo sobre la bandeja. Si alguien no puede tragar algo, es preciso voltearse disimuladamente y echarlo en alguna otra parte sin ser visto.

 

Y también aparecen temas diversos: “no te desnudes si no hay necesidad”. “Descubrir sin necesidad los miembros velados por el pudor, debe ser contrario al buen carácter. Y, si la necesidad obliga a ello, hay que hacerlo con sumo recato”. Algunos recomiendan, por otro lado, que el muchacho en formación contenga los gases apretando las nalgas; pero esto puede dar origen a enfermedades. “Retener un pedo producido por la naturaleza es cosa de necios, que conceden mayor importancia a la educación que a la salud”. Si se trata de vomitar, se aconseja hacerlo tranquilamente siempre que se tenga necesidad de ello; y cuando se haga, hay que apartarse de los demás, que no es feo vomitar, pero sí salpicar a gente cercana.

 

Y así, Elias, a través de Erasmo de Rotterdam, se ocupa de puntos considerados álgidos en la vida social. El hecho de que tales pasajes pudieran producir incomodidad, malestar, pudor o risa, implica, de modo evidente, que se es parte del proceso de la civilización, que se es civilizado. Si bien es cierto que algunos de estos modales han desparecido, la mayor parte de ellos se ha transformado progresivamente y sigue normando la existencia común de los seres humanos.

 

Hoy en día, en momentos de pandemia, han aparecido varios nuevos tipos que pudieran incorporarse sin problema a tal repertorio civilizado: usar el cubrebocas en lugares públicos; no organizar reuniones ni fiestas; no recibir ni hacer visitas en el hogar; mantener la sana distancia; no toser o estornudar cerca de la gente; no tocarse ojos, boca y nariz; lavarse y desinfectarse repetidamente las manos; limpiar, al ingresar a cualquier lugar, la suela del calzado; no saludar de beso; no abrazarse; no usar baños públicos; no evitar la toma, a la entrada de establecimientos, de la temperatura corporal; no tener relaciones sexuales sin condón, sin careta protectora y en contacto vis-à-vis con la pareja.

 

Seguramente, en 100 o 200 años, tales conductas asombrarán, horrorizarán o divertirán a nuestros sucesores. Pero, en todo caso, seguirán indicando, todas ellas, que el proceso de la civilización, con sus avances y retrocesos, sigue permanentemente en marcha.

 

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