Los Olores del Mundo

Los Olores del Mundo

Una de las grandes pérdidas de esta coyuntura pandémica se refiere a los olores. Y no es la alusión a aquella inflamación intranasal o a la destrucción del neuroepitelio olfatorio, de los bulbos, de los filamentos o de las conexiones centrales del nervio olfativo; cuestiones que tendrían como consecuencia la pérdida total o parcial del registro de olores a causa, por ejemplo, del SARS-CoV-2, de algún traumatismo craneoencefálico o de la enfermedad de Alzheimer. No. Tal perdida apunta hacia la ausencia de ciertos aromas hogareños y citadinos tan característicos en ciertos lugares, horarios y condiciones sociales. No es que se hayan perdido, sino que ante la huida de los agentes que los posibilitaban, los humanos, aquellos permanecen en “stand by” mientras la epidemia global termina.

 

Un buen ejemplo de ello es el característico olor a “humano” que se podía inhalar y exhalar en las diversas tabernas y clubs nocturnos. Antes de la prohibición del consumo del cigarro dentro de espacios cerrados, el humo colmaba en su totalidad tales establecimientos. Posterior a su erradicación, la “antrera fragancia humana” se apropió totalmente de ellos y la piel, cabello, ropa y aliento de los asistentes persistía impregnada hasta la mañana contigua a las juergas.

 

En el metro, que no ha dejado de funcionar durante la pandemia, ya son lejanos los días en los que en “horas pico”, bajo el calor del verano, terminada la jornada laboral y/o estudiantil y con alrededor de cuatro viajeros compartiendo el mismo metro cuadrado, se conjuntaba una gran variedad de tufos y humores ajenos. En esos días, no había lugar para ninguna ni pedantería frente al otro; se podía apreciar, incluso por las narices menos finas, esencias de jabones y perfumes, de sudores y transpiraciones, sin siquiera tener la consciencia ni la posibilidad de evitarlos.

 

En los viejos mercados públicos, esos golpeados desde hace tiempo por los grandes “malls” y hoy por las estrictas medidas sanitarias, igualmente se podían recoger olfativamente variedades de fragancias. Cada pasaje y cada local ayudaba con sus propios efluvios: el pasillo de las carnes, el del pescado, el de las verduras, el de la comida corrida, el de las flores, el de los jugos, el de la ropa. Al día de hoy, muchos de estos mercados siguen sin abrir en su totalidad y sin despedir, hacia el marchante, sus singulares naturalezas.

 

Las labores, escolaridades y profesiones a la par emanaban sus aires: el olor característico de los talleres, de las aulas de las escuelas y del clima artificial de las oficinas. También las fechas y las fiestas, hechas lugar, tenían su propio aroma: alrededor del día de muertos, toda calle y todo hogar se inundaba de olor a copal e inciensos; las navidades impregnaban sus días con vientos de pinos y de ponches; las fiestas patrias olían, por supuesto, a comidas típicas y a pirotecnias.

 

La gran anosmia social, consecuencia de la pandemia, sigue todavía su curso. El restablecimiento de los olores parece lejano, aunque algunos de ellos van poco a poco recobrándose. Esperemos que en el momento que el virus actual sea sometido, todos ellos regresen; y con ellos los grandes recuerdos y afectos que los acompañaban.

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