Hay mucho más qué pensar que qué decir, y no es nuevo de estas semanas ni propio de la pandemia. No es necesario introducir siquiera una discusión entre las perspectivas desarrolladas por Jean Piaget y Lev Vygotsky, en la ciencia psicológica, para justificar este peculiar proceso humano y, por ahí, el contenido del presente texto. Basta, para esto último, pensar: ¿Y ahora de qué se trata?
Antes del encierro, el mundo ya constaba de ciertos pensamientos, de cierto repertorio del pensar vinculado a cada momento y a cada sitio donde se desarrolla la vida humana. Al amanecer, aparecen quizá los más sinceros del día: ¿Para qué trabajar, si soy feliz siendo pobre? Ya después entra la razón al quite: Bueno, necesito ropa, tatuajes, viajar, y para el antro. Y lo resultante casi siempre se manifiesta en un “ya voy” sonoro que no permite quitarle legitimidad a tales dos tendencias contrapuestas y arroja el cuerpo hacia la regadera y hacia a la explotación laboral.
Los niños, en la misma situación, cuando son despertados por sus padres para ir al colegio, repiten con su pensamiento, chiquito, una y otra vez: ¿Quién inventó la escuela? Si tuviera una máquina del tiempo, iría al pasado a exterminarlo. De hecho, son los mismos infantes, ya adultos, los que transmiten tal frase a sus hijos y, en tono de venganza, ríen con grotesco deleite al entregarlos en la puerta de la institución.
En el metro, al bajar las escaleras que llevan al andén viene el: ¡No mames, hay un chingo de gente! Ya dentro del convoy y viendo a la persona que ocupó el asiento reservado, y sin ocultar sentimientos discriminatorios: ¡Ella ni lo necesita! O ya en la cínica, cerrando los ojos e inclinando el cuello, cuando entra una persona con bastón o con un bebé en brazos: Ojalá que no se pare junto a mí. ¡Chin, ahí viene!
El gym no es la excepción: ¡Si sigue haciendo eso, se va a chingar la espalda! ¡Así qué chiste! Mejor que deje de tragar. Pero si el pensamiento se autorrefiere, la cosa bien que cambia: Acá nadie me ve. Además, apenas llevo tres meses. En un año voy a estar bien papi/mami.
Y las cosas no se han alterado mucho en esta pandemia. Posiblemente, los pensamientos se han afinado y, sin duda, dramatizado. Si se amanece con un dolor de garganta: Creo que voy a morir. ¡Maldito COVID-19! Y eso basta para que todo el día esté dedicado a la revisión profesional de páginas web que hablen de síntomas de la enfermedad, o foros con testimonios reales de superación de ésta. Lo extraño es hay personas que ya han enfermado así más de 10 veces durante toda esta cuarentena.
En las redes sociales, con la exacerbada toxicidad de la coyuntura, en cuanto el crush publica una nueva foto de perfil: ¿Le doy like o no? Idéntica situación, pero teniendo pareja: ¿Le doy like o no? O cuando el crush es la pareja misma: ¿Le doy like o no?
Las clases virtuales no se escapan, como lo señala el meme: ¡Otra vez al perro Zoom! O la que se ha vuelto clásica en estos días, acompañada de un aumento en el pulso cardiaco: ¡Creo que dejé abierto el micrófono! Se sabe bien qué fue lo que le precedió a tal expresión, pero, al percatarse de que no sucedió, se preparan nuevas ofensas al hospedador y a sus incondicionales.
En la calle, incluso con la obvia ventilación, operan igualmente estos pensamientos: Ese wey viene muy pegado a mí. ¡Si lo oigo toser, pego la carrera! Y al salir de la miscelánea: ¿Por cuántas manos habrán pasado estas monedas? Ahorita que llegue a casa las dejo en el sol y después las lavo con cloro.
Y no es que éstos sean nuevos, sino que se han sofisticado frente a los nuevos retos planteados por el maligno virus vigente. La pandemia no los inventó, pero sí que los ha sabido detonar.
No es necesario entender a los antiguos griegos para comprender lo esencial de la naturaleza y la primacía de los pensamientos frente al mundo. No se requiere ser psicólogo, ni haber tomado la asignatura “Pensamiento y Lenguaje I” para advertir su potencial. No es forzoso, tampoco, tratar de escudriñar su complejo funcionamiento. Basta con vivir y ejercerlos; basta con pensar, pensar y pensar.
Pensamientos finales: ¡A ver si el periódico me acepta la columna!
Columnista: Juan Carlos Huidobro Márquez (@jchmmx) estudió psicología, sociología y filosofía en la UNAM. Es profesor universitario, ciclista y le gusta la música dark.