Los rincones

carlos

A lo largo de la cuarentena, en muchas de nuestras casas, hemos repartido las labores domésticas. Ya no es común que sólo el hombre provea a la familia, ahora hay muchas familias, con diferentes fuentes de ingresos y con vínculos de parentesco extendidos y complejos y en la realización de los deberes caseros, también la realidad se impone. Nos hemos especializado en algunas de las áreas del trabajo doméstico que en la “vieja normalidad”, no realizábamos.

En mi caso, en esta pausa entre la “vieja” y la “nueva” realidad, me toca trapear, barrer y lavar los platos. Además, para nadie es un secreto que la cuarentena nos ha dado tiempo para reflexionar sobre cosas imposibles siquiera de pensar en la “vieja realidad” y sus dioses: los trabajos, los deberes, los compromisos, la horizontalidad fugaz de la vida exterior. He descubierto los rincones. He tenido el tiempo de revisarlos con detenimiento; mirar cómo cambian de acuerdo con la hora del día; comprobar el magnetismo que ejercen para acumular botines insospechados; la sorprendente capacidad que tienen para rellenarse a solas y en silencio. Me gusta su franqueza, pues no están abiertos hacia fuera. No les importan las miradas externas: viven y miran siempre para adentro. Son pura intimidad.

Ahora pienso que un hogar se sostiene no en los pilares que le dan estructura, sino en los rincones que son el último resguardo de las cosas insulsas que le dan vida: el polvo, ese espectro de los pasos; la última pieza minúscula que mantuvo unido milagrosamente algún juguete; los hilos de la ropa desgastada; los residuos de piel que se nos van cayendo. En los rincones se encuentran los secretos o, mejor dicho, lo que queda de ellos: apenas las pistas para algún detective ávido por desenterrar la arqueología del día. Un buen rincón es inalcanzable, por definición. No hay escoba o trapeador que pueda sacarle todos los misterios, apenas los más evidentes, lo que quedan más a la mano y, con un poco de luz, se echan a perder. Siempre hay algo abismal en los rincones, por pequeños que sean, por insignificantes que parezcan, por lo que uno puede hundirse en ellos, si se cuenta con el tiempo suficiente, como ahora parece que nos sucede a todos.

Tal vez por eso en la “vieja normalidad” los minimizamos, hacíamos como que no existían, los teníamos olvidados. Nadie quiere que le recuerden que la memoria es profunda y que, muchas veces, los recuerdos pueden engullir y no dejar salir. Se entra fácilmente en trance en los rincones, por eso se han usado tradicionalmente para castigar a los malos alumnos en los salones de clase, o en el colmo de la alienación, se prefieren para que los boxeadores busquen, a boqueadas, un descanso cada tanto. Algo tengo ya ganado en esta cuarentena: los rincones de mi casa, en los que no había reparado. Ahora, cada vez que necesite un reposo en medio de los derechazos y uppercuts que la “nueva realidad” nos tiene preparados, ya sé en dónde podré sentarme para buscar descanso.

•Socio Director del Centro por un Recurso Efectivo A.C.

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