“Hay que hacer creer al pueblo que el hambre, la sed, la escasez y las enfermedades son culpa de nuestros opositores...”, Joseph Goebbels.
Conforme México se reincorpora a la nueva normalidad, los datos y la información oficial sobre su impacto son cada vez más abruptos en áreas tan diversas como
la de 12 millones de trabajadores que se quedaron sin recibir sueldo debido a la desocupación temporal (Inegi); a lo que hay que sumar casi un millón de empleos formales perdidos duran- te marzo y abril (IMSS); a la caída del 28.5 por ciento de las remesas que ingresaron al país en el último mes (Banxico); todo ello ahondando con el pronóstico que estima que 10 millones de mexicanos pasarán de pobreza, a pobreza extrema en los próximos años (Coneval).
Nada más trágico si agregamos que durante el confinamiento han sido asesinadas 665 mujeres, ha habido 144 feminicidios, 521 homicidios dolosos y 82 por ciento de las mujeres que llamaron al 911 durante este periodo fueron violentadas por un hombre de su casa (¿Cuenta hasta diez?, Sánchez Jiménez, Contrarréplica 02jun20). Las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Públi- ca arrojan un incremento en la violen- cia de género en un 27 por ciento tan solo en los meses de febrero y marzo. Esto sin contar que durante los pri- meros meses de la pandemia (marzo, abril y mayo), la violencia en el país ha dejado más de 7 mil asesinatos.
En medio de esta tragedia y de la hiperinformación ese flujo constante de datos que genera una ansiedad duradera por la sobrecarga informativa, que demanda tiempo y atención, y que genera todo tipo de patologías psíquicas y de conducta, México se alista para sumergirse en un nuevo proceso electoral que profundizará una ruptura sociopolítica sin precedentes donde la radicalización de posturas se avivará sin retorno en la
búsqueda de culpables por mantener o acceder al poder.
¿Y ahora a quién vamos a culpar? Podríamos empezar culpando a la historia: Es culpa de los españoles, los tlaxcaltecas. Luego fue Maximilia- no, Porfirio Díaz, Victoriano Huerta, Plutarco Elías, Díaz Ordaz, Echeverría Álvarez, Salinas de Gortari y Calderón Hinojosa. Sí, son ellos los primeros culpables.
Pero también es culpa del gobierno anterior, de sus funcionarios, tecnócratas, burócratas, sus sindicatos y privilegios, de su nepotismo, ineptitud y corrupción. Pero la culpa no puede terminar ahí: también podemos culpar a los partidos políticos, a los senadores, a los diputados, a los gobernadores, a los munícipes, a los regidores, a la izquierda, a la derecha, a los conservadores, a los neoliberales. Y por qué no: a la no reelección, a los activistas, a la sociedad civil, a los industriales, a los empresarios, a las cámaras de comercio, a las universidades, a los investigadores.... Sin duda, algo tuvieron que ver para llegar hasta dónde estamos.
Siendo un poco más objetivos, habría que incluir en las culpas a la televisión, a la radio, a los medios im- presos, a los medios digitales, a las redes sociales, a los periodistas, a los corresponsales, a los locutores, a los reporteros, a los cronistas. Y sin exagerar, algo de culpa también la tienen los gringos, los migrantes, los braseros, los coyotes, los chinos, los centroamericanos, la bestia, las maras, el narco, Trump y los chinos.
Aunque la pregunta pueda parecer irónica o ambigua: ¿nos falta culpar a alguien más? tal vez al Ejército, a los grupos de autodefensas y a los zapatistas. La tragedia de nuestro México es que preferimos creer que la culpa es de nuestros adversarios y no nuestra. Y ese error, el creer a ciegas, no la convierte en verdad. Pero sí en un abismo distante.
•Colaborador de Integridad Ciudadana A.C. @Integridad_AC @VJ1204