Una de las cuestiones más candentes sobre los procesos de gobierno tiene que ver con la re-escritura de la subjetividad, los psicólogos quienes se apuestan por algo de esa misma naturaleza en el carril de las psicoterapias no pueden imaginar de un modo distinto a sus modelos clínicos cómo se da ese proceso de subjetivación en los procesos de guerra y de violencia.
De cómo hay un lavado de cerebros cotidiano en la guerra por los mercados, que se dan manera no directa por las prácticas de la comunicación, los otros ejercicios de la violencia y sus recursos y tecnologías juntos pueden rediseñar los ámbitos de las valoraciones humanas respecto a la vida, la ética y las problemáticas al rededor los espacios de la cotidianidad.
La violencia tiene múltiples formas de aparecer en el horizonte humano por ejemplo en la ecuación votos, drogas y poder el proceso de re-escritura de la mentalidad cotidiana, de los territorios, de la población y los procesos de seguridad no son cosa menor, podemos referirnos cotidianamente a esa ecuación en las constantes del crimen organizado de este país.
Re-escribir la mente, re-escribir el cuerpo es parte de haber encontrado la forma para entender al cuerpo y a la mente como mercancías, donde estos pueden ser objetos de procesos estéticos de muy variados ordenes, desde la cirugía plástica hasta la psicoterapia, donde entonces lo nada familiar y lo natural no existen sino en la trama de lo que regularmente se valora en términos positivos.
Un tatuaje no es ahora re-escritura, sino pasa al campo de la decoración, pero más que eso hoy día es clasificado como un capital. Tener una cirugía plástica, o tener un tatuaje es condición de un capital cultural, que refiere a un modo de mercantilizar esta imagen o este recurso corporal en una estética que valora culturalmente lo que sea, de un modo donde el estilo de vida es lo esencial.
De ahí es simple la ecuación múltiples narrativas sobre el valor esencial de lo que decora o de lo que ha sido objeto de la decoración: de los días que se ha ido al gimnasio, de lo bien que se ve la ropa, las cortinas, la sala, o de lo bien que le va al cuerpo beber agua embotellada, son parte de este sentido del estilo de vida.
Es más, la violencia es una de esas nuevas mercancías que se venden y compran para la correspondencia con un capital cultural, todo el mundo ha visto una vez la serie narcos, los ricos excéntricos compran una AK47 de 24 quilates como escultura para una de sus mansiones. La indumentaria del capo es paradigma de una cultura y un estilo de vida que está mercantilizada.
La gente ve con buenos ojos el mundo violento que ha sido socializado de un modo naturalista, la gente solía espantarse con la nota roja en el periódico, hoy la nota roja es la mayoría del periódico. Entonces lo que solía ser algo inesperado es hoy lo cotidiano. Pero anodinamente hay violencias más suaves, por ejemplo, el GPS de los teléfonos, la central telefónica sabe dónde estás y qué has dicho o hablado o escrito 24/7 todo el tiempo, lo mismo las apps, las redes sociales y todo aquello que cabe en un teléfono inteligente.
La gente vive la violencia de esos mensajes incomodos de los celosos que piden santo y seña de lo que ocurre con el otro, pero eso no ocurría antes sin el teléfono inteligente, es un nuevo estilo de celos y es un nuevo estilo de vida que permanentemente se apuesta por la inseguridad del otro en un medio inseguro.
Dentro de las violencias de este tipo así un tanto sofisticadas están otras más avanzadas como la de que las maquinas desplacen a los empleados y trabajadores y eventualmente los robots sean la planta trabajadora, dejando a estas personas sin empleo y sin capacidad para tener ingresos, esta entre esas violencias los cortes salariales, los despidos, etc., ese medio inseguro se asegura de que las personas teman por lo ineluctable de sus vidas.
En sentido general todos alegarían que son los propios estilos de vida, como márgenes de un esquema donde cuerpos y mentes son mercancías y como tal su valuación depende de un capital que les subyace, y sin él, no se es. Se es una materia viva sin más. Mercancía al fin de cuenta y sobre todo una mercancía que puede dejar de ser servible y derivar en la obsolescencia. Pero de todo se puede hacer negocio, porque igual se puede usar al otro para trabajador esclavo, o se puede usar como parte en una forma variada de la trata.
De modo que las distopías y utopías que se suelen contar, mesuran sin más ese horizonte que hace ser persona a una persona y que no. Y en ese horizonte de las mercancías las personas pueden ser más o menos aptos para reproducir el modelo económico y sobresalir, pero crudamente es el esquema con el cual las poblaciones son re-escritas, porque problemas estructurales como la pobreza y la desigualdad, problemas como la crisis económica delinean estos márgenes del significado de ser una persona o no serlo. Ser un homeless o ser un indigente, o ser alguien a quien no se le acepta la entrada en un centro comercial, ser persona en esos márgenes implica esa violencia que detalla las formas más peculiares.
Palabras más palabras menos, podríamos emplazar literariamente el tema y proponer un registro literario que nos exhortara a mirar implacablemente sobre estos fantasmas de la violencia que son y cómo han sido los ajustes de cuentas de la historia aquello que está tras estas violencias que vemos, como lo son los fanatismos, y cómo voces libres desde las letras nos presentan estos márgenes por ejemplo Dubravka Ugrasevic con “Baba Yaga puso un huevo”. Que narra en el tono del folklor lo que las brujas fueron en ese ímpetu de las inquisiciones, su exterminio, y de cómo arropada en la magia y el misterio se embosa a la imagen de lo femenino, que actualmente con pancarta y pasamontaña vienen a destruir el arte y los monumentos para exigir lo que por otras razones no había estado, la justicia, la libertad sexual, el derecho a vivir en un medio que hace de ellas las víctimas de la violencia. Y que en esa novela es sin más ni más es el homenaje a la bruja que hay en cada mujer.
No puedo no contar que la ecuación de la caza de brujas en la inquisición tiene parentesco también con el tema de la necropolítica que se ejerce sobre los cuerpos femeninos con esa necro-tecnología de gobierno que es el feminicidio, donde una de esas atroces historias del cuerpo mercancía, el cuerpo como guerra de un gobierno corrompido y fallido, que es presa y carne al dar la entrada a grupos armados que trafican con drogas, cuerpos y recursos estratégicos presagia la secuencia que une a la inquisición con la actualidad.
Y ya con este guiño y homenaje que recupera a la bruja, está la crudeza de las letras con “Temporada de huracanes” de Fernanda Melchor donde esta no es la ficción de siempre, es una novela del frenesí de la violencia y del frenesí de la herida de estas guerras necropolíticas en México y de los escenarios donde la violencia recorre en los márgenes y este es su teatro de operaciones.