La danza y el porqué II

La danza y el porqué II

La metáfora del hogar es aquí válida y para entrar en su magia solo cabe imaginar las cuatro paredes de la casa, y ahí el lugar más preferido, aquel que posee el sentido más depurado de la palabra hogar: la tranquilidad armoniosa. Es fuerte, interesante, vivaz, pensar el espacio de la danza, como un hogar, por un sentido de feminidad que también es el de cada uno y que constituye el atractivo principal de aquel lugar en el que el constante movimiento pronto se descubre como un lugar en el que ya no hay nada que conquistar –el lugar de una gloriosa cumbre-, la prolongación del cuerpo de cada uno. En ese preciso lugar, es el lugar de la intimidad, del gozo, del ocio, de la propia verdad de ser uno mismo, el lugar de la complicidad. La danza es un arte eminentemente femenino, lo suponemos porque tiene memoria en la constitución del espacio a través de los usos de la mirada; la mirada traza límites, límites que crean un espacio donde no hay nada que conquistar. Podemos decir esto con la mirada del domicilio o del corazón, en el que se pliega la interioridad, donde todo es conocido, aún que es parte de un sentido reconocido sólo ahí, el espectador puede formar parte de ese límite, la mirada del artista es horizontal (directa), como en el flamenco, o la mirada deslocalizada y abstracta de la danza contemporánea; ahí el límite es mostrar un interior y capturar el exterior a una mirada, cuando se mira en horizontal y directo, el espectador ya está capturado en el propio bailar, es ya interior al baile y al movimiento.

 

Así, los artistas que bailan no necesitan ya conquistar el movimiento, la plástica, una tensión del cuerpo, o un orgullo fallido, ellos son ahí lo que son sin más, son seres humanos que descuentan latidos, roban tiempo, no hacen nada. Se trata del movimiento propio de su naturaleza y es eterno, por esa otra armonía y su naturaleza. Todo movimiento se corresponde a la naturaleza, al ser de aquel ser que hace ese movimiento, a su sentido más profundo de necesidad y deseo, eso mismo hace ya a ese movimiento un momento mágico porque hace coincidir su acontecer con su ser y con su habitar el mundo, el universo. Es una armonía expresiva que vincula a cada ser con la Tierra. La danza me dice “Soy como la Tierra”...”Soy la Piel de la Tierra”.

 

Más allá de los aspectos pedagógicos de conservar el desempeño de la técnica, se trata de acceder a esta forma de cumbre, la de la forma conquistada, donde el movimiento es la voluntad y la intensión de ser guiado por el ímpetu indómito del sentimiento. Así si la danza es un tránsito y se enseña según tránsitos, lo obra no es un objeto sino un ser que mientras se le va sintiendo nos dona vida, es un instante, se mueve, muda, se va cambiando, finalmente se va y deja llegar otras sensaciones. Todo ello en su conjunto es sensación rítmica del movimiento, la más fuerte de las emociones y un sentimiento. Lo que se enseña primordialmente es la obra misma, la danza se consiente en sentir lo sentido, el ritmo de las formas, los sonidos, las texturas, como una unidad que refleja eso tan vital: una fluidez intemporal. Esa es la fluidez de la aurora, un tránsito que manifiesta una unión indisoluble que ha de sucederse, la danza es ese movimiento que transporta al vértigo, de abrir un tiempo que escribe en nosotros, invisible, cálido, o no, cada uno puede ser otro, más con el horizonte que llega con la luz primera, más con su acaecer atrapa en la sombra y cada cual muere en su aurora para germinar en su propio no poder ser, dormimos, soñamos, mientras tanto sentimos lo que también no somos, aquello que habita en nosotros, aquello que no soy y sin embargo quedo de serlo, la danza se hace en mi pero también se parece a la aurora, punto de transito que llega a lo que es y es para lo que no es y huye porque no quiere tener cuerpo, es sólo un anuncio que viene de otro mundo, en el anuncio en otro mundo, uno en el que los sentidos y los sentires ya tienen un tiempo propio. Un enigma...

 

A veces cuando en silencio la veo, imagino lo que piensa, y no lo sé, siempre me inyecta de incerteza, solo me devuelve silencios movimientos, Qué es, siempre me pregunto, y sólo me pide que le guarde el secreto... ¿qué soy? me pregunto, me pregunto humanidad, me pregunto el hombre, la mujer, y responde el silencio, la gravedad y el tiempo, ¿soy mi fuerza? Quizá, es un quizá de lo que siento, ¿qué es lo que siento? ...algo se concentra en mí, desde siempre, lo que soy. Y si me enojo y si... duermo, me río o lloro, ahí está, es mi tiempo, lo vivo, lo llamo, lo siento, lo escribo, lo padezco, eso es mi movimiento, mi fuerza y ahora cuando me doy cuenta, sé que no soy el pájaro que más allá canta, o el pequeño perro que husmea, o la piedra que sombrea mi espalda o la nieve de limón en mi boca. Soy en mi fuerza la voluntad que es movimiento, tal como estos u otras criaturas poseen su voluntad, pero todos al habitar la Tierra recibimos esa fuerza, pues ella, la danza, también posee su voluntad. Pero qué sabemos de esa fuerza, sólo que vivimos, debemos ser sencillos con ello, nuestra voluntad es una relación de lo que nos precede y de lo que no somos. ¿Quién soy? me pregunto de nuevo, Ella me dice, eres movimiento y eres movimiento de ti mismo, distinto y otro, eres voluntad.

 

Este es el quizá si, quizá lo sentido, quizá lo imposible, que es la posibilidad del movimiento que adviene, que vendrá. Danza, y solo esboza una sonrisa, y en silencio dice: soy la fuerza de la voluntad naturante, soy la voluntad de la fuerza naturante, soy la voluntad de movimiento que se mueve en su forma y de acuerdo a su naturaleza, soy el movimiento próximo y el que sigue y desbordo hacia todo lo demás, soy el movimiento que no muere cuando se hace, puedo ser también tu cuando miras y el movimiento se transforma en tu quizá, ese quizá si de lo sentido, con-sentido y a- sentido.

 

¿A qué pregunta responde este enigma: la relación del hombre, la mujer y la danza? Instituir otra realidad, tomar la dimensión creativa, onírica, lúdica espiritual de nuestro pueblo y lograr el despliegue del culto, de las manifestaciones que heredamos, la imaginación que se reúne con una capacidad demiúrgica renovada, y jugar con los símbolos, signos, ilusiones, ser los magos y los exorcistas de una realidad agotada, como espejos portavoces de las interrogantes del hombre para consigo mismo, de sus dudas, miedos e incertidumbres. El hombre encuentra en la danza las posibilidades de ser lo que quiera ser, los destinos de un pueblo o una comunidad de sentido, en la ineluctable extrañeza de sueños y símbolos vivientes, el hombre en la danza tiene como principio y fin básicos en su existencia encontrarse a sí mismo como un habitar dignamente su cuerpo, y que es la condición para ocupar, habitar y vivir respetuosamente en el mundo con los demás. La danza en sus distintas versiones nos enseña la sensibilidad –en este sentido- de una comunidad histórica con significado. La felicidad, la luminiscencia, la oscuridad, la tristeza, nos esclarecen la forma en que se toma conciencia de la plenitud del ser vivo, el placer de la disciplina, de la sabiduría de vivir la conciencia de tener un cuerpo, y sus sensaciones, a la vez que mostrar la posibilidad de crear, divertirse, gozar, explorarse, transformarse: como la simple y básica estima y respeto por sí mismo. Son estos los marcos bajo los que se abre el arte de la danza a una mirada que se presta a las certezas de ser un buen ser humano, ser lo que se es y lo que se puede ser. La danza nos plantea un pacto de buen sentido bajo el constante acceso a una dimensión estética en la que hay el sentido de inalienable del cuerpo como habitáculo e interioridad, habitar y ser a la vez exterioridad. Un cuerpo en el que se experimenta la plenitud de la dignidad humana. Esa es la revelación de la pasión, la vocación, el talento, eso es bailar.

 

La danza y el porqué I

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